Por Oscar Valentín Bernal
“Solicitamos su ayuda para localizar a Jorge Esteban Martínez Mendoza, de catorce años. Fue visto por última vez saliendo de su salón de clases, en la escuela secundaria técnica número 4.”
Eran las primeras palabras del cartel que estaba pegado precariamente con cinta adhesiva a una banca del parque. Debajo, estaba la foto a color de un niño, el cual parecía demasiado grande para tener catorce. Cabello peinado hacia atrás y una sonrisa burlona en la cara llena de pecas. Bajo la foto, el anuncio continuaba:
“Vestía el uniforme de la secundaria. Cualquier información sobre su paradero, favor de contactar al 3314139579.”
Miky conocía a Jorge. No iban en el mismo salón, pero cada chico en la técnica 4, sabía quién era el grandulón abusivo que les quitaba el dinero del desayuno a los más débiles. Todos le llamaban Gigantón.
Ahí, frente a aquel cartel mecido por un viento de finales de otoño, recordó con claridad una ocasión en que Gigantón y sus amigos, le dieron una paliza antes de clavarlo de cabeza en el bote de basura de la entrada de la secundaria. Luego, lo hicieron rodar escaleras abajo; por suerte se detuvo antes de quedar debajo de las ruedas del camión que pasaba frente a la escuela. No comprendió el peligro en el que había estado, hasta cuando salió del bote y vio frente a su cara, la rueda del camión que se detuvo a media calle lanzando bocinazos encolerizados. Gigantón y su séquito se esfumaron de inmediato.
Aun así, se sentía mal por la desaparición del muchacho. Quizá fuera un imbécil, pero tenía familia, gente que estaría destrozada por su pérdida.
De pronto, recordó que oscurecería en algunos minutos. Su madre, se preocuparía si se tardaba, intentaba pasar por él cuando el trabajo se lo permitía, pero esa tarde Miky regresaría solo a casa.
Siguió su camino dejando atrás la banca con la foto, la cual terminaría siendo arrancada y arrastrada por el viento hasta un charco formado por la lluvia, donde la sonrisa de Gigantón se deformaría con el agua, hasta convertirse en un grito silencioso.
Desde el inicio del año algo iba mal en la escuela. Con Jorge, ya eran seis las personas desaparecidas. Tres alumnos, dos maestros, y la prefecta Sandy, ninguno de ellos había aparecido, no hubo llamadas para pedir rescates ni nada por el estilo; comenzaban a rondar rumores sobre un psicópata acechando en los alrededores. El caso más perturbador fue el de Samuel Hernández, el maestro de deportes. La última vez que lo vieron, bajaba las escaleras rumbo a los vestidores de atrás de las canchas de básquetbol, para guardar los balones tras una práctica del equipo de la secundaria, como hacía siempre. No volvió a subir. O al menos, nadie lo vio hacerlo.
Don José, el intendente, dijo que al entrar a limpiar el vestidor al día siguiente, le pareció extraño encontrar los balones regados por todo el piso, junto a los pedazos del espejo frente al lavamanos. Pero, como no esperaba que el vestidor pudiera ser en realidad una escena del crimen, levantó todo y entregó el reporte en la dirección. No notaron la falta de Sam Hernández hasta el tercer día, cuando no se presentó para la práctica del equipo de básquetbol.
Miky estaba a punto de salir del parque, cuando escuchó un grito a su espalda que le erizó los vellos de la nuca.
—¡Espera!… ¡Espera, por favor!
Miky dio la vuelta y vio a una chica venir corriendo hacia él. Al principio no la reconoció, por el cabello revuelto y la blusa del uniforme desordenada.
—¡Espera, por favor! —repitió la chica deteniéndose ante él, tratando de tomar aire.
Cuando la miró de cerca, reconoció a Brenda, una niña que entró a su salón a mitad del curso anterior. Se mudó de Mérida y le gustó a Miky desde el primer día, cuando la vio entrar en el salón con su mochila roja y el cabello largo sobre los hombros.
—¿Qué pasó, Brenda?
—Miguel, ayúdame, alguien me viene siguiendo.
Al escuchar eso, Miky se estremeció. Pero no podía verse como un marica, no frente a ella. Miró alrededor con expresión serena.
—¿Quién te sigue?
—Un hombre… no pude verlo bien.
Miguel no vio a nadie entre las sombras crecientes del parque, aunque bien podía estar ocultándose por ahí, en los arbustos.
—¿Estás segura?
Brenda miró hacia atrás y escrutó la penumbra con ojos desorbitados. Pareció confundida.
—Estaba ahí —le dijo con la vista clavada en la hierba.
Miky la acompañó a su casa, le quedaba casi de pasada… más o menos. No podía permitir que la niña que le gustaba caminara sola y con miedo por las calles oscuras de alumbrado defectuoso.
Mientras andaban, Brenda le habló de Yucatán y de las leyendas del mes de los muertos, las cuales decían que durante todo octubre, los viejos espíritus recuperaban los poderes que les habían arrancado, perdidos y olvidados con el paso de los siglos. A Miky le gustaban las historias de miedo, así que le siguió la corriente contándole algunas de esas cosas las cuales siempre le suceden a personas conocidas. De esas anécdotas que comienzan con un “el hermano de mi amigo Juan…” o, “a mi primo Beto le contó su abuelo…”
—¿Sabes la historia de Kukulkalli? —preguntó Brenda. Miky se encogió de hombros, jamás había escuchado ese nombre. —Kukulkalli es uno de los aluxes que traicionaron a Kukulkán. Intentaron asesinarlo y la serpiente les quitó sus poderes; dice la leyenda que deben alimentarse de los vivos durante todo el año para guardar fuerzas y enfrentarlo el día de los muertos. Lo de las desapariciones de la escuela me hizo recordar esa vieja historia.
—¿Crees que es obra de Kukulkalli? —se burló Miky.
La chica sonrió.
—Obvio no, tonto, es solo una historia para asustar a los niños.
Cuando la muchacha lo tomó de la mano, el corazón de Miky comenzó a latir a prisa. Caminaron así hasta llegar a la casa de Brenda.
Su casa era la única de ese lado de la acera, estaba rodeada por terrenos baldíos. A Miky le extrañó no ver ninguna luz encendida a esas horas. Pensó que quizá sus papás no estaban.
—Muchas gracias por acompañarme.
—No podía dejarte ir sola, con todo lo que está pasando.
Sus miradas se cruzaron, ninguno dijo nada y antes de que Miguel supiera lo que ocurría, ya estaban besándose. El beso más apasionado que tendría en su vida.
Cuando al fin se separaron, Brenda se puso seria.
—Perdóname… —le dijo.
—¿Por qué? —contestó él.
—Me agradas, en serio, hacía mucho que no sentía esto… pero él viene. Llegará muy pronto, y aún estoy débil…
Miky retrocedió un paso. De pronto, toda la piel de aquella chica se veía extraña. Como si estuviera cubierta de alguna clase de escamas (o plumas). La boca de Brenda se abrió con un tronido óseo, más de lo que puede abrirse cualquier boca humana. Dentro de ella, asomó una bola que abarcaba la totalidad de la cavidad, como si se estuviera atragantando con una pelota, pero esa pelota era en realidad un ojo; uno gigantesco y con una gran pupila verde, la cual se movía de arriba a abajo. Aquel enorme ojo lo miró y de alguna manera, al mismo tiempo, le sonrió. Miguel, sintió un grito de horror atorarse en el fondo de su garganta. Quiso correr, pero sus piernas no le respondían, no podía moverse y supo que era por el ojo, todo era por ese ojo.
Aquella cosa, con la forma aberrante de una niña de trece años, se abalanzó sobre él. Sus brazos, piernas y cabeza, ahora llenos de enormes ventosas dentadas, se cerraron sobre Miky, como las hojas de una gran planta carnívora. Finalmente, Miky dejó escapar un grito que le desgarró las cuerdas bocales, mientras Kukulkalli lo arrastraba hacia la oscuridad del lote baldío, donde su alma se unió a las de Sam Hernández, Sandy la prefecta y a la de un chico apodado Gigantón, quién alguna vez lo metiera de cabeza en un basurero.
Uno de los vecinos de Brenda, miró hacia la calle desde su ventana. Le había parecido escuchar algo allá afuera. Paseó la mirada por la banqueta, por los coches estacionados y las sombras aberrantes que provocaban sus cuerpos mecánicos, bajo la luz del faro de alumbrado público.
—Malditos gatos —susurró. Luego bajó las persianas de su ventana.
15 de octubre del 2017
Pista 10, Aeropuerto Internacional de Guadalajara.
Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco.
Muy buen relato, al principio algo sobrado en la descripción de lo que le sucedió al maestro Samuel de deportes, que está un poco de relleno, sólo sirve para ejemplificar cómo desaparecía una victima más, pero no hay detalles para poder decir que fuera un evento perturbador como se avisa, o que sobresalga de las otras víctimas, además corta uny poco la fluidez de de la narrativa que lleva omo protaginista a Miky. La información de la desaparición del maestro podría tener más sentido si en vez de vidrios y retazos de balones agregaran escamas, marcas de garras o dientes algún rasgo que diera pista única del atacante la cual pasaría por alto el intendente pero no uno como lector y ahí podría despertar la curiosidad del lector si el atacante es humano, critura o algo más. El punto considero es que el relato del maestro Sam no se conecta más allá con lo que procede en la historia a mi humilde opinión, tal vez agregar una frase como “mientras tanto” Miky va de regreso a casa cuando le pareció escuchar la voz de su maestro de deportes, pero al escuchar mejor era la de un chica era…Brenda…
Saludos cordiales al escritor, muy buena historia.
Si hay faltas ortográficas disculpame, escribí esto desde el móvil, y el autocorrector es pésimo.
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