El bloqueo

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Por Oscar Valentín Bernal

Jonathan huía de noche por el bosque, totalmente exhausto. Sentía los latidos de su corazón igual que los golpes de un tambor que tocara contra su cerebro.
Se detuvo en seco, jadeando, con las manos en las rodillas, sintiendo el camino del sudor helado que le corría por la espalda y la frente. Tuvo el tiempo suficiente para preguntarse, “¿cómo era posible que una maldita pesadilla se sintiera tan viva?” antes de escuchar el leve murmullo, casi inexistente, producido por su perseguidor entre la hierba. Sabía quién venía por él esta noche, reconocía el escenario; ese bosque escandinavo que le había costado tanto trabajo recrear, horas y horas de ver películas suecas y noruegas, de leer las novelas negras de Johan Theorin para entrar en materia. Y entonces casi sonrió, al pensar que no podía ser de otro modo.
Había sido de la misma manera cada noche, desde que se dio cuenta que no podía escribir. Siempre era un personaje diferente; primero el asesino del faro, luego esa niña poseída por el demonio, después el aluxe. Ahora era el cazador, tenía que serlo.

El leve chasquido de un revolver al ser amartillado delicadamente en alguna parte de la espesura a su espalda, lo hizo volver a emprender la carrera, un segundo antes de que sonara un disparo y una bala de grueso calibre le arrancara el sombrero de la cabeza.
—¡Deja de correr escritor, no tienes oportunidad en mi mundo! —dijo una voz burlona en la oscuridad. Era tal como Jonathan la había imaginado. La voz, soltó una risotada áspera y luego casi cantó—. ¡Ha llegado tu hora!
Jonathan sabía que no tenía oportunidad contra aquel hombre. Él mismo lo había creado como un grandísimo hijo de puta. Un mercenario que se ganaba la vida cazando personas, una vez que iba por tu cabeza, era solo cuestión de tiempo. El pacto con la muerte era su negocio, la tortura y la brutalidad iban gratis.
Sonaron otros dos tiros. Jonathan vio que uno se incrustaba en el árbol que tenía delante, haciendo saltar astillas, luego otra carcajada casi gutural.
Solo está jugando contigo” pensó, “igual que un gato con un ratón entre sus garras”.
Corrió hasta que sintió que el corazón iba a salírsele por la boca. Era un sueño, estaba seguro de ello, pero también sabía que algo terrible ocurriría si aquel lunático lo alcanzaba. No dejaba de preguntarse, ¿por qué no podía despertar?, ya había pasado mucho tiempo.
No podía mas, se dio la vuelta y buscó algo que pudiera servirle para defenderse. Lo único que encontró fue una rama larga.
—Jugaremos en el bosque, mientras el lobo no está… —cantaba la voz del cazador, más cerca de lo que Jonathan hubiera esperado.
De pronto, Jonathan escuchó un ruido a su espalda. El chirrido de un pesado objeto metálico que se mueve. Al volverse, observo una gran puerta que se abría en un paredón de roca; era muy parecida a las puertas de los barcos, con una rueda giratoria al centro. El interior estaba sumido en la total oscuridad.
—Ven, rápido —susurró una voz infantil desde el otro lado.
Jonathan se acercó cauteloso. Se dijo que ni en un millón de años se atrevería a meterse en un sitio así, pero un crujido de ramas en el bosque, lo hizo cambiar de parecer. Así que entró de la misma manera en que se hacen las cosas en los sueños, repentinamente y sin pensarlo demasiado.
El niño cerró la puerta y dio vuelta a la rueda. Jonathan no podía ver nada, pero una mano pequeña se cerró sobre la suya en la negrura y tiró de él.
—Vamos, aún no estamos a salvo. Él encontrará esta puerta antes de que desaparezca.
—¿Pero qué es esta puerta?, no tiene sentido —dijo Jonathan.
—Es un túnel de ideas, ustedes los humanos tienen millones en la cabeza. Se desaparecen y cambian con frecuencia y más cuando están dormidos.
El niño lo guió por una larga travesía, donde los caminos se bifurcaban, se volvían angostos y a veces se llenaban de agua. Finalmente llegaron a un espacio abierto, en otro lugar del bosque donde la luz de la luna disolvía la oscuridad. Fue entonces cuando Jonathan descubrió quién lo había salvado.
—¿Sally?
La niña, sonrió con tristeza.
—Oh, veo que todavía me recuerdas.
—Nunca te olvidaría —dijo Jonathan, conmocionado.
—Tú fuiste la primera, me enseñaste el camino.
—Sip, nos divertimos mucho en todas esas horribles clases de matemáticas, ¿te acuerdas? Escribiste muchas de mis aventuras, es una lástima que ese tonto de Eduardo lanzara el cuaderno donde las pusiste a la alcantarilla.
—Fue mi primera pelea en la escuela. Mi mamá estaba furiosa.
—Lo sé.
—Eres tal y como te recuerdo.
—Tú has crecido bastante.
La niña lo miró con cariño y lo abrazó. Un abrazo diferente a cualquiera que hubiera recibido alguien en el mundo. Cuando Sally volvió a hablar, su voz sonó mucho más seria:
—Jonathan, tienes que volver a escribir.
Él sintió una punzada en la boca del estomago. Su problema de bloqueo había comenzado hacía más de un año, cada que su esposa Trisha tocaba el tema, Jonathan reaccionaba con furia. No sabía qué era lo que le pasaba a su cabeza, pero la última novela que tenía reservada, se publicó el año anterior. Desde entonces no había hecho otra cosa que sentarse enfrente de la hoja en blanco de Word por horas.
—No puedo.
La niña se estremeció.
—Tienes que hacerlo, sabes lo que pasará si te atrapan. Cada día los sueños duran más, cada vez viene alguien distinto, siempre uno peor ¿te das cuenta? El cazador es el último de tus locos homicidas Jonathan, sabes quién es el que sigue.
A la mente de Jonathan, vino un libro negro con enormes tentáculos dentados alrededor del título “El umbral”.
—¡Qué bonita reunión! —dijo la voz ronca del cazador.
El hombre estaba recargado contra un árbol a pocos metros de ellos, con los brazos cruzados. Bigote y cabello cano largo, a la altura de los hombros; iba vestido con una gabardina oscura y dos carrilleras de municiones le cruzaban el pecho. Sus ojos grises de zorro astuto brillaron con furia.
—¿Creíste… que podías escapar de mí? —dijo triunfal—. Me sorprende, tú me creaste.
Jonathan puso a Sally detrás de él. El cazador descruzó los brazos y dio un paso adelante, hacia el claro bañado de luz de luna.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Jonathan.
—Oh, ¿no lo sabes? —dijo el cazador divertido y avanzó hacia ellos. Sally se aferró atemorizada a la pierna de Jonathan—, quiero lo que tú me arrancaste… Quiero vivir.
Se sintió un temblor, tan repentino y violento que el escritor y sus dos personajes, estuvieron a punto de caer al suelo. La expresión de triunfo se esfumó de la cara del cazador.
—¡No! ¡No he terminado aún! —graznó y una de sus manos voló hacia la culata del revólver, que colgaba de su cadera.
—¡JONATHAN! —dijo una voz estruendosa que provino del cielo, del bosque y de todas partes.
—¡No! —repitió el cazador. Sacó una de sus pistolas a una velocidad increíble y disparó dos veces.
Las balas conformadas totalmente de materia onírica, nunca llegaron a la cara de Jonathan. Aquella voz atronadora y repentinamente familiar, repetía su nombre una vez más y hacía vibrar la tierra.
El bosque, la noche, y Sally, comenzaron a disolverse en pequeñas partículas. Al revolver del cazador y a su rostro lleno de ira, les pasó lo mismo.
—Jonathan, despierta es una pesadilla —dijo Trisha a su lado, en la cama de un mundo muy diferente al que se encontraba. Todo se llenó de luz y de pronto, Jonathan estuvo al lado de su esposa. El bosque había desaparecido. Se llevó la mano a la frente llena de sudor.
—¿Amor estás bien?
—No —dijo él y se puso de pie.
Pasó junto al buró en el que había una pila de novelas con su nombre y se dirigió a la ventana. Al otro lado de la calle oscura, había un hombre con gabardina.
No importa escritor, volverás a dormir…”, dijo una voz rasposa dentro de su cabeza, “…y cuando lo hagas, estaré esperando”.

Zapopan, Jalisco
2017

Imagen por Konami

Autor: Oscar Valentín Bernal

Cetrero y escritor

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