Hemingway y los asesinos.

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Por Oscar Valentín Bernal

 

Argo

Ernest Hemingway nació en Illinois, el 21 de julio de 1899. Durante su vida, participó en las dos guerras mundiales –durante la segunda estuvo presente en el desembarco de Normandía y en la liberación de París– y en la guerra civil española. 

Trabajó como espía para la embajada de Estados Unidos en Cuba, para la inteligencia naval norteamericana, para la OSS; y al mismo tiempo, espiaba para la NKVD soviética, antecesora de la KGB, utilizando el nombre código de Argo. 

El escritor organizó un servicio de inteligencia, con varios agentes, al que llamó «la fábrica de ladrones».

Solía frecuentar la isla de Cuba, hasta que un día la abandonó de prisa, tras enterarse de que Fidel Castro pretendía nacionalizar las propiedades de los extranjeros en el país. Al marcharse, el escritor y doble agente, dejó atrás más de dos mil manuscritos, que hasta la fecha continúan en posesión del gobierno cubano.

El 2 de julio de 1961, Hemingway se pegó un tiro con su escopeta de caza.

The Killers

Uno de las historias cortas en el repertorio de Hemingway que más ha sido objeto de estudio es, sin duda, «The Killers», un cuento constituido casi en su totalidad por diálogos, y que nos narra la historia de dos desconocidos que ingresan a un restaurante con la intención de matar a un hombre al que nunca han visto. 

Hemingway hace uso de una técnica narrativa que recuerda a un guión cinematográfico, consigue mover la trama de manera concisa y congruente, a través de conversaciones que apenas requieren del apoyo de breves acotaciones. 

Dando una escasa descripción, logra crear lugares y personajes bastante creíbles. No profundiza en los pensamientos de los presentes, pero podemos saber mucho sobre ellos a través de los dichosos diálogos, que cuentan las acciones de manera inteligente, utilizando un narrador objetivo, similar a una cámara de cine que sólo nos permite observar lo que está en escena.

«The Killers» es un reflejo acorde a la época. Nos hace notar detalles característicos, como la opinión de que la policía nada puede hacer en un periodo en el que los criminales mandan. Dicho poderío de los maleantes, resalta cuando estos piden «algo de beber», siendo que se trata de una época donde el alcohol estaba prohibido en Estados Unidos: esta es una manera sutil de demostrar que para ellos no existe ley ni castigo. 

A su vez, esta historia ejemplifica, a la perfección, la manera natural en que era visto un asesinato en aquellos días. Al final, uno de los personajes parece afectado por lo ocurrido, pero otro le dice: «Bueno. Mejor deja de pensar en eso».

Este es es un cuento en el que no llegamos a un desenlace claro de los acontecimientos. Nunca nos enteramos de si el objetivo de los asesinos llegó a cumplirse. Pero esto al final es irrelevante, porque lo realmente importante aquí no es saber si la víctima vive o muere, sino la resignación mostrada por el hombre ante su inminente destino y el efecto que esto produce sobre los otros personajes.

Autor: Oscar Valentín Bernal

Cetrero y escritor

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