Por Aledith Coulddy
Hablar de la verosimilitud en una obra de ficción es tan esencial para su valoración como calificar qué tan bien desarrollados estuvieron los personajes, qué tan buena fue la cinematografía o el planteamiento de un problema, o qué tan bien escrita o dirigida está esa creación.
Y es que hay una confusión enorme entre la gente que carece de conocimientos sobre narrativa, acerca de lo que es la verosimilitud.
Por ejemplo, hace tiempo en una nota de The Walking Dead que hablaba sobre la imposibilidad física de destruir un cráneo humano, cual si fuera una fruta, con tan solo pegarle un golpe, una persona comentó algo como «es un mundo de zombies y cosas irreales y ustedes se preocupan por eso…».
Y es ahí donde se confunde la realidad con la verosimilitud. La mayoría de las obras de ficción que se centran en temas como fantasía o ciencia ficción, tienen algún elemento que no existe en nuestra realidad. Godzilla, bajo esta instancia, es un kaiju que surgió del fondo del océano y que, dependiendo el autor de la obra, llega a la superficie para motivos buenos o malos.
Esto es algo irreal, no existe en nuestro universo –no aún al menos–, y probablemente como humanidad, jamás nos toque presenciar algo como esto, entonces ¿es válido preguntar si es verosímil?
La respuesta es sí. Todas las obras deben ser verosímiles aunque el tema de que traten sea algo que no existe en nuestra la realidad. Y es que la verosimilitud no tiene nada que ver con qué tan real sea, sino con que tan real lo hace ver el autor y qué tanto sigue las reglas del propio universo de ficción que ha creado.
Pongamos un ejemplo en donde alienígenas vienen a la tierra a destruirla, y la única manera de matarlos es inyectarles alguna sustancia radioactiva que en la Tierra se utiliza para tratar el cáncer. Ahora supongamos que la historia ya va bien avanzada y de pronto un ser humano decide inyectarse él mismo, la misma sustancia a dosis muy altas y en lugar de morirse u obtener un cáncer por dicho procedimiento, como pasaría en la realidad, se convierte en un superhombre capaz de acabar él mismo con los alienígenas.
Esto se convierte en algo absurdo e inverosímil, puesto que el autor jamás mencionó que la realidad que se está contando difiere de la realidad propia en donde estamos viviendo. Las leyes de la física y la fisiología humana no cambian, porque la narrativa fluye en nuestro mismo plano de realidad; lo que difiere es la aparición de dichos extraterrestres. Entonces, ¿por qué se comporta distinto el organismo humano en este caso? Número uno, por conveniencia del escritor de la obra que no ha sabido plantear adecuadamente su problemática, y número dos, porque no le interesa la verosimilitud.
La verosimilitud pretende plantearte algo irreal, como algo que de verdad pudiera pasar y que precisamente pudiera ocurrir porque lo hace tener sentido, lo hace tener una lógica. Aun que aparezcan dragones, fantasmas y hombres lobo, el espectador o lector es capaz de creersela, porque la historia sigue las reglas de su propio universo y respeta también las del universo en el que fue creado.
Si Godzilla de pronto comenzara a flotar de la nada, no sería verosímil, pues en el mundo en el que ha aparecido, es la Tierra, y en la Tierra existen las leyes de la gravedad que le impedirían flotar, a menos claro, que alguna fuerza externa lo elevara.
Es por esto, que no es válido ridiculizar los argumentos de alguien que genuinamente cuestiona un aspecto de verosimilitud en una obra, con el pretexto de «qué va, existen dinosaurios en la película y pides congruencia en otros aspectos».
En la película de Godzilla que se acaba de estrenar en este fin de semana, entre muchas fallas que pudiera llegar a presentar, lo que impera es la falta de verosimilitud. Y no porque existan kaijus peleando por saber quién es el monstruo alfa, sino porque se plantean un puñado de situaciones que no son factibles en el mundo en el que está desarrollada la historia. Accidentes y milagros que favorecen siempre a los protagonistas y que mueven la historia convenientemente a los propósitos que ha dictado el director de la obra.
Esto no difiere en absoluto con que es una obra visualmente atractiva. De hecho, la razón por la que la mayoría de los que somos seguidores de Godzilla, nos ha gustado la película, es porque tiene un gran acierto, y esto es la forma en cómo han construido a sus monstruos y los han plasmado en pantalla.
Las escenas de pelea son maravillosas de ver, la paleta de colores logra en el espectador, la sensación de amenaza constante, con una mezcla de nimiedad ante lo que ocurre con seres primigenios y colosales.
Los guionistas no logran del todo hacerte empatizar con los protagonistas humanos, pero la película funciona y gusta porque desarrollan a los kaijus de una forma atractiva y le da al público lo que siempre ha querido ver en una película de Godzilla: el protagonismo del monstruo independiente del dramatismo humano.
Godzilla es una película que se disfruta y que también te hará preguntarte si lo que está pasando en escena es posible o no lo es. Lo cierto es que falla en la verosimilitud, pero logra compensarlo con los aspectos antes mencionados.
Lo que espero, de aquí en adelante, si llegaron hasta acá, es que puedan con libertad, hacerse estas preguntas acerca de si lo que están observando sus ojos es factible o verosímil, o no tiene sentido a pesar de contar una historia con elementos fantásticos. Porque, sí, es importante en el desarrollo de una obra, y sí, puede ser la diferencia entre una creación de calidad y algo que permanece en el olvido.
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