Compilación de mini ficciones

Compilación

Por S. Bobenstein

Yayoi Kusama, «I Who Have Arrived In Heaven» en la galería David Zwirner, Nueva York, el 7 de noviembre de 2013.  (© Andrew Toth/Getty Images)

Perdido y encontrado

Mi recuerdo más antiguo es que algo me hacía falta. Lo busqué en mi caja de juguetes, debajo de mi cama, en el guardarropa y en el refrigerador. Lo busqué en el estadio de Wembley, en la Ópera de Sidney, en la cima del Everest, en las catacumbas de París y en el Burj Khalifa. Inclusive me convertí en arqueólogo, contra los deseos de mis padres, para buscarlo en todos los lugares ocultos y olvidados. Nada.

Un día, tomando café en Estambul, me bañé, sin quererlo, con té. Volteé a ver quién había cambiado mi olor a colonia por olor a especias. Fue entonces que la vi, disculpándose con palabras ininteligibles y, tan repentinamente como olí a té turco, supe que lo que me hacía falta me había encontrado a mí.

El país rojo

Las plantas crecen en los campos cuando se las riega con agua. Este país también debe ser regado cada tanto tiempo para crecer y fortalecerse; se riega con rojo, nuestro rojo. ¿Ves los altísimos rascacielos, las casas pintadas de blanco o las luces destellantes en las marquesinas y los aparadores? Todo se sustenta con nuestro rojo, mi rojo. ¿Conoces esa sensación del tintineo de plata en el bolsillo o el tacto del plástico que pasa por un lector? Está ahí por mi rojo, el rojo de todos. Toda persona que come la cena en la seguridad de su hogar, dando gracias a Dios por sus bendiciones, está sentada en el rojo, respira el rojo, bebe el rojo. Rojo doméstico y rojo extranjero, rojo americano, asiático y europeo. Es por el rojo de mi pierna que estoy aquí, de vuelta en casa, y con gusto daría el rojo de la pierna que me queda para continuar regando este gran país, para que el rojo nunca falte en la mesa, en la cartera, en el concreto ni en el papel.

Ilusión de grandeza

Conquisté valles y montañas, derroqué fortalezas y ejércitos, reiné sobre amigos y enemigos, pero, cuando la tierra tembló, no hubo victoria que valiera, no hubo fuerza que sirviera, no hubo hazaña que pudiera: el mundo me sacudió igual que a todos los demás.

Honrando el juramento

Él siempre cumplía su palabra. Él juró protegerlo por el resto de su vida. No podía tolerar en lo que se había convertido. Por eso, cuando atravesó el corazón del tirano con la espada, se aseguró de que el acero pasara por el suyo también.

El medio hermano del amor

Qué sentimiento tan interesante. Una dosis nos paraliza, otra dosis nos activa y una más nos convierte en algo que nunca creímos ser. Así es el miedo.

Libre albedrío

—Si la vida no tiene ningún significado ni propósito, ¿qué sentido tiene vivir?

—El que sea que tú quieras.

La paradoja del punto azul

Él se encontraba observando un punto azul que titilaba en la lejanía, apenas distinguible entre la luz de todo lo que hubo, lo que hay y lo que habrá. Como en infinidad de ocasiones anteriores, su expresión cambiaba de la alegría a la ira y de la sorpresa al hartazgo, pasando por todo lo que hay en medio.

—¿Por qué lo permites, Padre? —preguntó el Hijo—. Tú creaste este maravilloso universo, le diste sentido, le diste propósito, todo lo que en él habita se mueve en perfecta sincronía de acuerdo a tu designio… Excepto ellos. Son irracionales, erráticos, impredecibles, van en contra de su naturaleza y del orden establecido. ¿Por qué lo permites?

—Yo nací omnisciente y omnipotente: sinceramente, es un suplicio. Creé todo esto para conocer el límite de lo que soy capaz de hacer… y no lo hay, como tampoco hay algo que no pueda saber. Una existencia así es aburridísima… Entonces se me ocurrió que, si no hay límite para mi poder, podría crear algo que incluso yo mismo no pudiera dominar. Pensé por largo tiempo en cómo podría ser eso, hasta que, de repente, me percaté de la temblorosa luz azulada en el límite de mi universo y de esos microbios tan particulares que viven en ella. Traté de influir en ellos varias veces, pero se empeñan en seguir su propio camino. ¿Por qué lo permito? Porque no puedo hacer nada al respecto… Y eso es emocionante.

El trabajo más sencillo del mundo

En serio lo es. Desde mi caída no he tenido que mover un dedo y el Infierno está lleno a rebosar. Empezando con la propiedad privada, pasando por los esclavistas, la Edad Media, el capitalismo, las guerras mundiales y terminando con Harvey Weinstein, este negocio se ha manejado prácticamente solo. Quizás sea tiempo de ganarme mi fama… O quizás sea tiempo de otra piña colada en Cancún.

Regalo de cumpleaños

–¡Feliz cumpleaños, Matt!

Ahí estaban su madre, su padre y sus hermanos mayores, gritando con alegría al unísono, unos levantando los brazos al aire, como para acentuar más su exclamación, otros corriendo hacia él para abrazarlo con toda su fuerza. Le costaba reconocer a las personas que veía, pero él sabía con seguridad que se trataba de su familia, puntual como siempre, para celebrar su cumpleaños.

–¡Hey! Cuidado –decía Matt entre risas, tratando de abarcarlos a todos con los brazos–. ¡Vamos a dar al suelo si siguen así!

La familia no respondió, sólo se limitó a abrazarlo, manteniendo a todos unidos. Matt cerró los ojos y se dejó llevar.

–Gracias… –murmuró el festejado– Gracias, de verdad. Los he extrañado… Los extraño siempre. Gracias por venir.

Matt se separó un poco de ellos y trató de observar sus rostros: no podía distinguir detalladamente sus facciones, pero podía sentir cómo su padre asentía con la cabeza, su madre derramaba unas lágrimas de felicidad, su hermano le guiñaba un ojo y su hermana le lanzaba un beso.

Un destello luminoso apareció detrás del grupo y cegó a Matt. Para cuando regresó su visión, lo único que había a su alrededor era un pequeño cuarto de pensión y, siendo visibles a través de los cristales de una ventana, los Alpes suizos. Se encontró sentado en su cama, con su mano derecha estirada sosteniendo un portarretrato. La sonrisa que tenía en los labios se esfumó. Volteó a ver un reloj de pared que marcaba las 11:00 de la noche, luego miró la fotografía: ahí estaban su madre, su padre, y sus hermanos mayores, todos sonriendo, con un niño de no más de cinco años en medio de todos, quien miraba con curiosidad hacia la cámara. Era la foto de su último viaje familiar antes del accidente.

–Gracias por venir –susurró, pasando un dedo por la foto y esbozando una nueva y triste sonrisa–. Nos vemos el próximo año.

Quid pro quo

—Yo quiero tu alma —dijo el hechicero luego de haber convocado exitosamente al Príncipe de las Tinieblas.

—Un atrevido deseo, humano —contestó el Diablo con burla en su voz—. Seguiré tu juego: ¿qué es lo que ofreces a cambio?

—Una vida finita, lejos de la eternidad, lejos de la prisión perpetua de la existencia. Te ofrezco la felicidad y el amor de los humanos, no sólo su tristeza, su miedo y su odio… Te ofrezco algo que tu Padre te negó en el principio de los tiempos: una oportunidad para la redención, una entrada al Paraíso. Tú me das tu alma, tu poder, tu lugar en el universo, y yo te doy mi alma, mi lugar en la existencia, mi vida y mi muerte.

El Primero de los Caídos guardó silencio. Escudriñó en los ojos del hechicero, en la chispa de vida que brillaba dentro de él, la misma que vio eones atrás, cuando Adán y Eva fueron creados, cuando sintió envidia, cuando se dio cuenta de su miserable ser.

—Trato hecho —sentenció quien, al fin, dejaría de llamarse Satanás.

Medidas desesperadas

Él sentía cómo el amor y la devoción de los humanos lo abandonaba, languidecía cada vez más conforme olvidaban, o ignoraban, su presencia, su existencia. Temió llegar a desaparecer, y era tanto su terror a la nada que haría cualquier cosa por permanecer. Decidió entonces que si no podía conseguir la atención de los humanos con bondades y dones, buscaría su odio, su miedo y su rencor, sentimientos mucho más fáciles de provocar.

Toda clase de tragedias y catástrofes acaecieron sobre la humanidad hasta el punto de hacer evanescente la luz de la esperanza; hombres y mujeres miraron al cielo y no encontraron más que silencio, endurecieron sus corazones y lo culparon a él de sus penurias, lo hicieron el objeto de su desprecio y su furia. Él estaba aliviado, con esto podría continuar en la existencia por un tiempo más… ¿Pero cuánto exactamente? Cuando los milenios cambian en el tiempo que toma parpadear, el final está siempre a un instante de suceder.

Intercambio

Se miró a través del espejo, vio su sala de estar, a sus hijas y esposa jugando Uno y, más allá, al sol asomándose por la ventana. Su reflejo le sonrió, se dio la media vuelta y lo dejó solo en aquel lugar oscuro.

Del origen del mal

En un soleado día de verano, un filósofo, querido maestro de la universidad y estimado miembro de la sociedad, se encontraba dando un paseo por la pequeña ciudad donde vivía. Durante los últimos meses se había empecinado en tratar de definir cuál es el origen del mal, por qué a la gente buena le pasan cosas malas y viceversa. Con cada paso que daba hacía referencias mentales a todo el bagaje del saber que poseía, sin embargo, ninguna propuesta le parecía definitoria, mucho menos satisfactoria.

Ensimismado en sus pensamientos, el filósofo cruzó una calle y un imprudente automovilista lo embistió a 90 kilómetros por hora. El cuerpo del maestro rodó a gran velocidad sobre la cubierta del auto y cayó en el asfalto, convertido en un muñeco de trapo ensangrentado. Mientras las últimas luces de su vida se apagaban fue que se dio cuenta de la verdad. No podía hablar, sus pulmones estaban colapsados, pero su voz mental enunció sus últimas palabras, como si estuviera escribiendo su premisa: “en la inmensidad del cosmos, nosotros no somos víctimas del mal. Estamos a merced de la casualidad”.

Habiendo llegado a la conclusión que buscaba, expiró.

La distancia entre nosotros

─Esto no puede continuar así… ─le dijo él, con la cara marcada por una profunda tristeza.

─Pero, ¿por qué? –contestó ella, desesperada, su rostro bañado en lágrimas─. ¿Por qué tienen que ser así las cosas…?

─No lo sé… Posiblemente nunca lo sabremos. Lo que sí sé es esto: no está bien que permanezcamos así, contigo aferrada a algo que no tiene caso y conmigo tratando de evitar distanciarme de ti. Estamos obligándonos a mantenernos juntos y nos estamos haciendo daño.

─Esto no es justo. No quiero que te vayas… No quiero dejar de estar contigo. ─Ella levantó una mano para tomar la de él─. Te amo, no puedes pedirme que deje de hacerlo y que te olvide, así, nada más.

─Y yo te amo más de lo que puedes imaginar. ─Él besó el dorso de la mano que sostenía─, y porque te amo quiero que seas feliz y que hagas todo lo que siempre soñaste. No puedes hacer eso si yo me quedo a tu lado… Yo ya no puedo hacer más éso.

Él la jaló hacia sí y ella se dejó llevar. La abrazó una última vez, con todo lo que él era, la besó en la frente y, después, la besó larga y dulcemente en los labios, un beso que resonaría en el alma de cada uno por el resto de la eternidad.

─Estoy seguro de que no me olvidarás, yo nunca te olvidaré ─susurró él, alzando la cabeza para apoyar su mejilla sobre la frente ajena. Ella se refugió en el hueco de su cuello─. Desde dondequiera que esté, estoy seguro que encontraré la manera de estar al pendiente de ti. Vive feliz, vive por los dos, y así no habré desaparecido, estaré contigo en cada pequeña alegría de tu vida… hasta que nos volvamos a encontrar.

Se separó un poco más de ella, tomó su rostro entre sus manos y la miró a los ojos, con una gran sonrisa.

─Adiós, amor de mi vida, gracias por haberme conocido y por dejarme quererte. Ahora ve y sé feliz una vez más.

Ella abrió los ojos, anegados, despacio. El sol, en el inicio de su camino por el cielo, empezaba a incidir sobre su cara y una suave brisa veraniega le acariciaba la piel. Con el puño de su blusa se secó un poco las lágrimas y se acomodó para arrodillarse frente a lo que le sirvió de respaldo mientras dormía: una lápida que tenía el nombre de su esposo, inscrito encima de las fechas de su nacimiento y de su muerte. Colocó su mano sobre la piedra y sonrió discretamente.

─Hasta que nos volvamos a encontrar ─murmuró.

2 opiniones en “Compilación de mini ficciones”

  1. Bueno, he aquì un interesante recorrido que nos pone nuevamente en jaque cada vez que intentamos atrapar el ròtulo de microrrelato o minificciòn y señalar cuàndo pasa a ser un relato breve. Voy a sumar tus aportes a lo que trabajo en mi blog y a los artìculos que publico en ocasiones para Microcuento.es

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