El caso de Haven Lake

Por S. Bobenstein

PRÓLOGO

MONSTRUO DE HAVEN LAKE ATACA DE NUEVO

Semejante encabezado podría haber estado en la primera plana de cualquier tabloide vulgar, pero en el Boston Globe sólo coronaba una pequeña columna en la página nueve. La mirada de Howard se paseó por la redacción atrapando palabras al azar en una lectura rápida, a primera vista le parecía que aquello se trataba de una de esas historias de horror que tanto gustaba a la gente contar durante los campamentos alrededor de las fogatas: “me contó mi abuelo que un monstruo viene por las noches a matar al ganado”, “una noche el viejo O’Connell vio al monstruo rondar por su casa”. Se disponía a cambiar la página cuando una voz rasposa lo llamó:

—¡Callahan!

Howard levantó su mirada inmediatamente y dejó sobre su escritorio el periódico. Al fondo de la sala, en el umbral de la oficina principal, el jefe, un hombre de mediana edad, lo miraba fijamente con su habitual expresión de pocos amigos.

—Señor. —Howard se puso de pie rápidamente al responder.

—A mi oficina, ahora —dijo el jefe al mismo tiempo que daba media vuelta para volver a su asiento.

Howard caminó a paso decidido entre unos cuantos escritorios pequeños ocupados por otros compañeros, todos concentrados en sus propios asuntos, acomodándose la corbata y el saco. Ya había pasado un tiempo desde que le fue asignado su último caso y se moría de ganas de volver al campo de acción. Atravesó la puerta de la oficina principal, en la cual se podía leer “Cecil L. Johnson – Agente Especial a Cargo” y esperó de pie frente al escritorio. A su llegada, Johnson veía en silencio varias hojas escritas a mano que había acomodado entre sus instrumentos de escritura y un cenicero con un cigarrillo encendido a medio consumir.

—Voy a asignarte un nuevo caso, Callahan, y necesito que inicies inmediatamente. —La voz de Johnson hendió el silencio con la misma delicadeza de una sierra cortando la madera. No despegaba la mirada de las hojas mientras hablaba.

—Por supuesto, señor —respondió Howard con una nota de alegría en la voz, sin poder evitar que las comisuras de sus labios se curvearan en una discreta sonrisa de emoción.

—Vas a investigar lo que está sucediendo en Haven Lake.

—¿Disculpe? —El rostro de Howard se descompuso al instante.

—Irás a Haven Lake a investigar lo que ha estado sucediendo. —Johnson volteó a verlo por primera vez desde que llegó.

—Señor, discúlpeme, pero debe estar bromeando.

A pesar de no responder con palabras, la expresión de Johnson dejaba muy en claro que nadie bromeaba.

—Con todo respeto, señor —continuó Howard—: es 1926, estamos en Boston, las historias de monstruos y espantos del bosque aterrorizando pueblos en Massachusetts son cosas del siglo pasado, incluso medievales, arcaicas…

—Callahan…

—Un par de animales muertos y descuartizados no es un caso para la Agencia de Investigación, el alguacil local o un veterinario podrían hacerse cargo.

—Encontraron a la hija del alcalde muerta, Callahan, a primera hora del día de ayer —sentenció tajantemente el jefe—. Incluso para los pueblerinos de Massachusetts, eso es algo muy serio.

—¿Señor…?

—El alguacil de Haven Lake me escribió personalmente. Encontraron el cadáver descuartizado de la muchacha en las inmediaciones del bosque que rodea al pueblo, cerca del lago, en estados similares a los cadáveres del ganado. Pensaron que podrían manejarlo, que quizá se tratase de una manada de lobos o algo por el estilo, pero la aparición del cuerpo de la muchacha hecho pedazos en circunstancias parecidas a los animales no puede ser tomado como coincidencia. El caso sobrepasa las capacidades del alguacil para resolverlo, el grado de violencia que sufrieron los cadáveres… es alarmante.

—¿Y todo se lo atribuyen a un monstruo del bosque? —El caso ya había captado el total interés de Howard.

—Por supuesto que el alguacil no lo hace, son sólo habladurías y chismes del pueblo, ya sabes cómo son esas comunidades. No investigarás la existencia de ningún monstruo, esto es un caso de posible homicidio.

Howard asintió lentamente con la cabeza, mirando hacia las hojas manuscritas y sus rudimentarios trazos.

—Entendido, señor —dijo Howard resuelto.

—Eres joven, Callahan, la semana pasada fue tu cumpleaños, ¿cierto? ¿Cumpliste treinta y uno?

—Sí, señor.

—Bastante joven para ser un agente especial… Y sin embargo, henos aquí. —Johnson recogió los papeles y se los extendió a Howard—. Este tipo de casos te pueden llevar a ocupar asientos muy altos, Callahan. Claro, si consigues cerrarlos.

—Lo sé, señor —respondió Howard, tomando los papeles—, cuente con ello.

—Tómate el día, haz tus arreglos y ponte al corriente acerca de los hechos: sales a Haven Lake mañana temprano.


Notas  de la bitácora de campo del agente especial Howard Callahan de la oficina de Boston de la Agencia de Investigación de los Estados Unidos.

3 de octubre de 1926

Lugar: Haven Lake, Massachusetts.
Población: 1,017 habitantes, aprox.
Alcalde: James Anthony Wells
Alguacil: Richard Smith

Cronología del caso Haven Lake a la fecha:

  1. 26 de agosto de 1926 — Cadáver descuartizado de un cordero aparece en cercanías del lago del pueblo, descubridores: cazadores. Miembros y vísceras regados en los alrededores. Lugareños afirman el avistamiento de un “monstruo”, descripción encontrada en los periódicos similar a características de un gran primate (¿Pie Grande, acaso? JA, JA).
  2. 15 de septiembre de 1926 — Patrick O’Connell (76) reporta a alguacil desaparición de dos gallinas e invasión de propiedad por “monstruo” en la noche. Descripción: corpulento, alto, torso grueso y piernas cortas, camina semi-erguido, posiblemente cubierto de pelo. Encuentran huellas de cuarenta y tres centímetros en los alrededores de la propiedad por la mañana.
  3. 16 de septiembre de 1926 — Cadáveres descuartizados de dos gallinas aparecen en la misma zona donde se encontró el cordero, descubridores: cazadores. Miembros y vísceras regados en los alrededores. Se instaura la histeria colectiva en el pueblo: responsabilizan al “monstruo” de lo sucedido.
  4. 24 de septiembre de 1926 — Cadáver descuartizado de perro doméstico aparece en lindes del bosque con la entrada del pueblo, en región cercana a anteriores descubrimientos, descubridora: boticaria. Huellas de cuarenta y tres centímetros se encuentran en la zona. Lugareños afirman invasiones de propiedad por “monstruo”.
  5. 27, 28 y 29 de septiembre de 1926 — Realización de partida de caza para encontrar a posible animal salvaje causante. Se encuentran huellas de cuarenta y tres centímetros con patrón errático. La partida de caza no da resultados.
  6. 1 de octubre de 1926 — Se reporta la desaparición de la señorita Emily Wells (16), hija de alcalde de Haven Lake. Se encuentran huellas de cuarenta y tres centímetros en alrededores de propiedad del alcalde.
  7. 2 de octubre de 1926 — Cadáver descuartizado de Emily Wells aparece en las cercanías de la zona de los descubrimientos previos, descubridores: niños (9 y 11). Alguacil contacta a oficina de Boston de la AI.

I

A pesar de lo rústico del camino, el automóvil que la Agencia le proporcionó a Howard para trasladarse de Boston a Haven Lake se las arregló bastante bien para llegar a su destino. Había arribado a mediodía, sin embargo, nubes blancas cubrían en su totalidad el cielo, haciendo que el pueblo quedara iluminado por una luz grisácea, dándole un aspecto nebuloso. Haven Lake era una de esas comunidades detenidas en el tiempo: las escasas edificaciones guardaban un aspecto colonial, sin muchos colores, no había instalaciones eléctricas, las lodosas calles no tenían ningún tipo de pavimento o empedrado, corrales con animales de diversas especies salpicaban la zona, no muy lejos de los hogares y un denso bosque rodeaba el claro del asentamiento humano. Mientras él conducía el automóvil a través de lo que podría considerarse la avenida principal, miradas curiosas lo escudriñaban desde los porches y las ventanas; los habitantes, chicos y grandes, hombres y mujeres, lucían un aspecto pálido y desconfiado y, a medida que la máquina avanzaba, comenzaban a seguir la trayectoria de la misma en procesión, unos pocos a caballo, la mayoría a pie. Howard se detuvo al encontrar el pequeño Ayuntamiento de la comunidad al final de la avenida, al igual que su improvisado séquito se detenía detrás de él a una distancia prudente. En el pórtico del Ayuntamiento lo esperaba de pie un hombre entrado en años, quien le hizo un saludo con la mano y se acercó a su encuentro. Howard tomó su sombrero, su abrigo y su valija y salió a su encuentro.

—Buenos días, ¿señor…? —dijo el hombre del pórtico con una sonrisa extendiéndole la mano.

—Agente especial Howard Callahan —respondió, muy formalmente, dándole un  firme apretón de manos—, de la oficina de Boston de la Agencia de Investigación.

—Agente Callahan. —El hombre asintió con la cabeza, soltando un suspiro de alivio—. Yo soy Richard Smith, alguacil del pueblo. Bienvenido a Haven Lake.

El agente aprovechó ese momento para examinar al alguacil. Se trataba de un hombre que debía estar rondando los sesenta años, canoso y con rostro curtido pero amable. Aunque las arrugas de su cara delataban su edad, su constitución física y la fuerza de su apretón dejaban muy en claro que se encontraba en perfecta forma. A diferencia de Howard, la indumentaria del alguacil era la adecuada para ese ambiente más rústico.

—Gusto en conocerlo, alguacil. Creo que las formalidades están de más, dadas las circunstancias. Me gustaría iniciar con las pesquisas lo antes posible. El tiempo apremia.

—Claro que sí, agente, claro que sí. Hemos traído el… cuerpo de la señorita Emily al Ayuntamiento, ya que no tenemos morgue de ningún tipo. Pensé que necesitaría examinarlo.

—Pensó bien, alguacil, pero el alcalde…

—El alcalde Wells está devastado, naturalmente, y lo he relevado en sus deberes. No ha salido de su casa desde lo que sucedió. Usted comprenderá…

—Entiendo, aunque tarde o temprano tendré que hablar con él.

—Claro que sí, agente.

—¿Vamos?

El alguacil le dio el paso para entrar en el Ayuntamiento, una construcción también de estilo colonial, pulcra y conservada, aunque austera, el edificio más grande de todo el pueblo. Habían colocado los restos de Emily Wells en la sala más inaccesible del recinto, lejos de las miradas curiosas de la gente. Al abrir la puerta, un penetrante hedor golpeó sus narices y les obligó a cubrirse la mitad del rostro con un pañuelo. Los restos reposaban sobre una mesa, cubiertos por una sábana blanca manchada de sangre y otras sustancias, la cual dejaba adivinar la forma humana debajo de ella. Las moscas revoloteaban sobre el cuerpo e inundaban la sala con su molesto zumbido.

Howard dejó sus pertenencias cerca de la puerta luego de que Smith la cerrara. A pesar del pañuelo, el hedor le hacía muy difícil el mantener la compostura a la vez que trataba de controlar sus intentos de arcadas. Smith parecía incómodo, pero soportaba mejor aquel ambiente.

—¿Todo bien, agente? —preguntó el alguacil, observando al aludido.

—Sí, sólo… deme un minuto —dijo Howard mientras se aflojaba la corbata, para luego despojarse de ropa hasta quedarse sólo en chaleco, con las mangas recogidas, algo más cómodo para soportar la sensación asfixiante, mas sin desprenderse en ningún momento de la cartuchera para su revólver reglamentario que siempre llevaba a su costado izquierdo.

Ambos hombres pasaron a colocarse uno a cada lado de la mesa y, al mismo tiempo, sin vacilación, retiraron la sábana. Lo que se encontraba sobre la mesa apenas y podía ser reconocido como un cuerpo humano, Smith no mostró mucha impresión, ya había visto aquello anteriormente, pero Howard no pudo evitar dar un paso hacia atrás. La cabeza había sido arrancada del torso, la mitad derecha del rostro de la chica estaba hecha jirones y le faltaba un ojo, también los brazos y las piernas habían sido arrancados en los lugares donde se articulaban con el tronco, a todos los miembros les faltaban pedazos de piel y músculos, en algunas partes sólo se podían ver los huesos, pero donde estaba lo más impresionante era en la línea media del tronco: piel, músculos y huesos habían sido desgarrados y arrancados salvajemente desde el pecho hasta el pubis, las vísceras estaban todas a la vista, “acomodadas” dentro de la cavidad, pero en lugares anatómicamente incorrectos. Una costra oscura de sangre manchaba toda la mesa.

—Hicimos lo mejor que pudimos para… acomodarla… —murmuró Smith—. Cuando la encontramos, todas las partes estaban desparramadas por el suelo… ¿Había visto algo así en Boston?

—Nunca… —respondió Howard dubitativo, sin despegar los ojos de la grotesca escena—. Los miembros y el tronco sufrieron avulsiones traumáticas, no fueron aserrados ni cortados con algún instrumento, fueron literalmente arrancados con fuerza bruta… ¿Está seguro de que encontraron todas las partes?

—Todas las partes que estaban en la zona, sí.

—Parece… Parece que falta algo.

—¿Qué dice?

—Observe el hígado —dijo Howard señalando el órgano que se encontraba en la fosa ilíaca izquierda—, tiene un aspecto extraño.

—¿Qué quiere decir?

Tras permanecer en silencio unos segundos, Howard se armó de valor, dejó su pañuelo en su bolsillo y, con ambas manos, levantó el hígado para examinarlo.

—¡Pero qué…! —exclamó el alguacil, escandalizado.

—Mire, falta un pedazo del órgano. Ha sido arrancado.

En las manos de Howard solamente podía verse el lado derecho del hígado, la parte faltante hacía que se perdiera la forma anatómica del mismo.

—¿Qué…? ¿Qué significa? —inquirió Smith.

—Veamos qué más hace falta…

Con más seguridad, Howard examinó manualmente todo el contenido del tronco, cada estructura y cada uno de los órganos que encontraba, los que fue colocando fuera de la cavidad para separarlos. El alguacil, quien se había mostrado estoico al principio, demostraba gran incomodidad ante la actuación del joven agente.

—Tome nota, alguacil —dijo Howard con tono autoritario—. No sólo hace falta el lado izquierdo del hígado, también faltan un riñón, el páncreas y el corazón, sin contar los tejidos faltantes en las extremidades.

—¿Qué diablos…? —Smith no parecía dar crédito a lo que escuchaba—. ¿Qué clase de animal hace este tipo de cosas?

—Eso es lo que voy a averiguar. No creo que podamos obtener mucho más de los restos de la señorita Wells, ya es tiempo de disponer de ellos a la manera de su gente. Tómese el resto del día para el sepelio y, por favor, infórmeles al alcalde y a la comunidad de mi presencia y de las pesquisas que estaré realizando. También es necesario establecer un toque de queda al anochecer, por seguridad. Después de lavarme quiero revisar los mapas de la región, así que le agradeceré si me los proporciona. ¿En dónde puedo alojarme?

El alguacil parpadeó un par de veces antes de asimilar todo lo dicho por Howard.

—Sí… Eh… Preparamos una habitación con cuarto de baño aquí mismo, agente Callahan. Si fuera tan amable de seguirme…

Las escuetas pompas fúnebres fueron realizadas en la casa del alcalde, a unos doscientos metros del Ayuntamiento, Smith cumplió con la parte encomendada por Howard. Mientras el pueblo de Haven Lake enterraba a Emily Wells, el agente examinaba los mapas de la región pero, a pesar de su minuciosidad, no pudo encontrar algún indicio sobre algún lugar fuera de lo común, sólo estaba el pueblo, el bosque y el lago, nada más. Al día siguiente, al alba, iría personalmente al lugar de los hallazgos.

II

—En otras circunstancias, este lugar me habría parecido encantador —comentó Howard con un dejo de decepción.

Los rayos del sol apenas resplandecían sobre la superficie del lago a la mañana siguiente. Howard y Smith caminaban en el lugar donde fueron encontrados los restos de la hija del alcalde, ambos seguían el patrón de las apariciones de los demás cadáveres, desde el último hasta el primero, repitiendo sus pasos y exámenes una y otra vez. Una maltrecha senda era el único indicio de civilización entre el lago y el pueblo, la que, en apariencia, había sido ignorada por el perpetrador de los asesinatos, puesto que el patrón sólo se encontraba entre los troncos del espeso bosque.

—La pesca no es muy buena en esta época —dijo Smith, más por cortesía que por interés en continuar con la plática trivial.

—Los rastros se perdieron totalmente. Si usted no supiera lo que ha sucedido, podría jurar que este es un lugar virgen.

—Ojalá lo fuera, agente.

—¿Cuántas veces hemos pasado cerca de esa roca? —preguntó el agente al alguacil, haciendo un movimiento con la cabeza para indicar una roca a pocos metros de distancia.

Smith miró en la dirección indicada. Entre los árboles era apenas visible una roca de tono negruzco, lustrosa e irregular, de cerca de un metro de altura y no más ancha que la brazada de un niño pequeño.

—No sabría decir, agente. No la había notado.

—Yo sí. ¿Es común ese tipo de piedra en esta región?

—No me parece algo que se dé por aquí, pero de todas maneras no conozco tan bien los alrededores como me gustaría.

Los hombres se acercaron a la roca para examinarla detenidamente. Era muy similar a la obsidiana, a pesar de una capa de polvo que la cubría, no había indicios de que la naturaleza se hubiera apropiado de ella: no la cubría el musgo, las raíces y los arbustos se mantenían a distancia de la base, y la tierra seca a su alrededor parecía arena. Todo eso ya era raro de entrada, pero lo que llamó más la atención de Howard era una grieta que casi dividía en dos la roca y partía a la mitad un grabado de una forma humanoide rodeada de espirales, de cuya cabeza protruían líneas similares a cuernos.

—Definitivamente eso no es algo que se dé por aquí —dijo Smith seriamente.

—¿Han tenido problemas con los nativos últimamente? —inquirió Howard, acuclillado frente al grabado.

—No desde hace muchas décadas. Los nativos de la región se fueron a quién sabe dónde, aquí sólo quedamos nosotros.

—Esto parece uno de sus artefactos… —La mano de Howard se movió lentamente para rozar con los dedos la superficie tallada.

Al instante del contacto, una ráfaga de viento corrió hacia los pies de los hombres y se levantó con fuerza hacia el cielo. Parecía que la tierra misma estuviera soplando viento frío hacia arriba levantando un remolino de hojas y haciéndolos perder el equilibrio momentáneamente. Ambos se quedaron inmóviles, mirando la piedra, envueltos por un silencio sepulcral.

Tras lo que pareció un largo tiempo, el silencio se esfumó con el sonido de una rama rompiéndose. Las miradas de Howard y Smith inmediatamente fueron atraídas hacia la fuente y, ahí, entre las sombras de los árboles, a unos diez metros de distancia, pudieron divisar lo que parecía un gran hombre, robusto como los mismos troncos, de más de dos metros de altura, con la cabeza algo agachada, parcialmente oculto por las plantas. Podía verse uno de sus brazos colgar inerte y largo, más largo que un brazo normal, a su costado, con enormes manos de dedos largos formando un débil puño. La escasa luz que se filtraba no permitía tener una visión completa del hombre, pero aun así era posible adivinar un pelaje grueso, parecido al de los osos, cubriendo sus hombros y su cráneo.

Howard fue el primero en gritarle a la criatura para que se mostrara, pero lo único que logró fue hacerla huir y perderse entre la vegetación con una velocidad inusitada para semejante tamaño. El agente, pistola en mano, y el alguacil no perdieron tiempo e iniciaron la carrera en dirección a la criatura, aunque con mucha más dificultad debido a la densidad del bosque. Corrieron cuanto pudieron, hasta que sus cuerpos los obligaron a recuperar el aliento, hasta que aceptaron que la habían perdido.

—Agente —dijo Smith entrecortadamente—, mire esto.

Un tembloroso dedo le indicó a Howard donde mirar: en el suelo, algo deshechas por sus propias pisadas, habían huellas enormes, muy semejantes a las de un ser humano descalzo.

—Son iguales a las que hemos estado viendo en el pueblo —concluyó el alguacil.

El color abandonó el rostro de Howard cuando miró las huellas, enmudeció y se irguió lentamente, moviéndose con pasos pequeños alrededor de las huellas. Incluso llegó a restregarse los ojos y a pellizcarse para asegurarse que eso no se lo estaba imaginando. No podía negarse a creer lo que veía, lo que había visto. No estaba persiguiendo a un fantasma, corrió detrás de algo que realmente existía, aunque lógicamente no debería.

—Esto tiene que ser una broma… —susurró el agente.

Los hombres volvieron al pueblo sin dirigirse la palabra en todo el camino. Ni bien llegaron al Ayuntamiento, Howard preparó todo para interrogar a los descubridores de los cadáveres y a cuantas personas pudiera ese día. Deambuló de casa en casa, charló con mujeres, hombres y niños, con gente del siglo pasado y nacidos en el siglo XX. En el exterior mostraba ecuanimidad, pero a cada relato, a cada mención de los hechos pasados, los recuerdos de lo que vio en el bosque, las imágenes que se habían grabado en su memoria, se volvían más vívidos, más reales… empezaban a tener sentido.

III

Howard regresó al Ayuntamiento a la hora del toque de queda, el crepúsculo ya estaba dando paso a la oscuridad. Smith lo esperaba en la sala de estar, la chimenea estaba encendida y había dispuesto dos mecedoras y una mesita con una botella de whisky clandestino y dos vasos frente a ella. Se le notaba cansado y algo abrumado, pero se mantenía tranquilo. Howard miró la botella, luego al alguacil, luego a la botella nuevamente: sin decir una palabra fue a servirse un whisky doble que ingirió de un solo trago, dejando escapar una pesada exhalación al terminar.

—Si tengo que testificar ante un juez que el maldito Pie Grande es el responsable de las muertes, juro que me volaré la tapa de los sesos —soltó Howard al desplomarse sobre una de las mecedoras.

—Claro, claro —dijo Smith, sentándose con todo el peso de sus años en la mecedora restante—. Sería algo muy… complicado.

—Todas las versiones encajan, todas las descripciones cuadran con lo que… lo que vimos en el bosque. Todos están muy asustados… El maldito Sasquatch…

Smith rellenó los vasos de ambos, los que procedieron a beber a pequeños sorbos.

—Hay algo que no me hace sentido, agente.

—Dime Howard. Si no hay confianza entre nosotros luego de lo que vimos, nunca podré confiar en ti.

—Cierto, cierto. —Una risilla se le escapó al alguacil—. Entonces, Howard, llámame Dick.

—Bien, Dick, ¿qué es lo que no te hace sentido?

El alguacil se arrellanó en la mecedora y dejó a sus ojos descansar en el baile de las llamas. Pese a las ocurrencias y a las emociones del día, el aura serena de Smith se mantenía, perpetua, algo que infundía en Howard una extraña calma que agradecía enormemente.

—Mi familia ha vivido en Haven Lake desde hace mucho tiempo, más tiempo del que me puedo acordar —dijo Smith—. Nunca me casé ni tuve hijos, nunca fui capaz de encontrar… mejor dicho, nunca tuve el valor de buscar a mi alma gemela, así que creo que mi familia se acabará conmigo. Con riesgo de pecar de orgullo, para mí eso es una lástima… El terminar con una familia de mujeres y hombres buenos y fuertes, trabajadores, amigos de todos: temo que en el futuro cada vez haya menos personas así. Conmigo se terminará mi familia, tengo que hacer las paces con eso, y lo único que puedo hacer para honrarlos es conservar sus recuerdos vivos hasta mi último respiro. Lo que sucedió hoy… lo que vimos en el bosque y las cosas que han estado sucediendo, contra mi mejor juicio, me recordaron una leyenda que mi abuelo me contó un par de veces; él decía que fue amigo de los últimos nativos de la región y que ellos le contaron los secretos del bosque y el lago. Le contaron la historia del Guardián Oculto de los bosques, un ser de gran poder, directamente venido del corazón del Gran Espíritu, el dios de todas las cosas, para proteger la vida contra los espíritus malignos que trataran de acabar con ella. Se decía que pocos habían logrado ver al guardián, pero aquellos que lo hicieron lo describían con un aspecto temible, de gran estatura, con piel tan fuerte como la de los osos, con brazos y piernas poderosos capaces de romper duras rocas con facilidad, pero a la vez capaz de ser muy sutil y delicado, cuidando de no lastimar a la pequeña hormiga ni a la delgada rama al caminar. Decían que su rostro era muy parecido al de los hombres, pero en lo que más se distinguía del nuestro era en la gran bondad y compasión que brillaba en sus ojos.

—Salvo la bondad y delicadeza —comentó el joven agente—, ese guardián suena como la cosa que vimos en el bosque.

—Eso es lo que no me hace sentido, Howard. La leyenda habla de un protector, un guardián, un defensor, no de un asesino, no de una bestia. Mi abuelo decía que el Guardián Oculto me ayudaría si alguna vez me perdía en el bosque o si algún peligro cayera sobre mí.

—Es sólo una leyenda, Dick. No puedes creerla ciento por ciento. Los hechos dicen cosas distintas.

—Sí… Creo que tienes razón…

—Necesitamos registrar el bosque a consciencia, sistemáticamente, necesitaré preparar a todos los que se ofrezcan para encontrar a ese animal, necesitamos hacer cuadrículas y sectores en los mapas. Necesito hablar con el alcalde lo antes posible.

—Hable del Diablo… —los interrumpió una voz extraña y apagada.

Los hombres saltaron en sus asientos y se volvieron a ver al recién llegado detrás de ellos, ninguno había reparado en su presencia hasta que lo escucharon hablar. A Howard le provocó tal susto que instintivamente se llevó la mano a la culata de su revólver.

—…y aparecerá —concluyó el visitante.

—Alcalde Wells —suspiró aliviado Smith.

Aunque el recién llegado ya había sido identificado, algo en el ambiente no permitía que Howard se relajara por completo, encontraba difícil soltar la culata de su arma, pero lo logró tras un instante de vacilación. El hombre frente a ellos, vestido en mangas de camisa, era de mediana edad, les sonreía a ambos de una manera que podría considerarse falsa, puesto que la sonrisa no parecía subir hasta sus ojos negros y vidriosos. El alcalde Wells lucía muy demacrado, su piel tenía un matiz verdoso y desagradable, estaba muy delgado, casi famélico, su cabello era de color gris sucio y estaba pegado a su cráneo de tan delgado y chocaba sus dientes en pequeños tics, haciéndolos castañear.

—Disculpen la intromisión, caballeros —dijo Wells con su voz apagada, casi monótona—. Observé la luz encendida desde mi casa y, bueno… Creí que me serviría un poco de aire fresco… y compañía.

—No se preocupe, alcalde —dijo Smith al tiempo que señalaba con su mano a Howard—. Permítame presentarle personalmente al agente especial Howard Callahan, de la Agencia de Investigación.

—Gusto en conocerlo al fin, agente Callahan. El pueblo de Haven Lake agradece su dedicación. —Wells se adelantó para extenderle una mano.

—El gusto es mío. —Howard le tomó la mano y constató el tacto gélido de la piel del alcalde—. Lamento mucho lo que sucedió con su hija. Lo acompaño en sentimiento.

El alcalde agachó la cabeza en lo que podría haber pasado por un gesto de agradecimiento, pero cuando la nariz de este estuvo en dirección a la mano del agente, no disimuló el acto de realizar una profunda inhalación, para luego dejar escapar lentamente el aire. Howard aprovechó el primer instante para retirar su mano.

—Sí… —La voz de Wells se arrastró un poco más al hablar, sonando como un ronroneo profundo—. Gracias por sus… condolencias, agente.

—Discúlpeme si soy muy rudo, pero a esta hora está en vigor el toque de queda, señor. No debió salir de su casa a oscuras.

—Observé la luz encendida desde mi casa y, bueno… creí que me serviría un poco de aire fresco… y compañía.

Al escuchar sus palabras repetidas, Howard le clavó una mirada inquisitiva al alcalde, quien se dio cuenta e inmediatamente intervino.

—No me he encontrado bien desde hace mucho tiempo, agente —se excusó Wells—. ¿Le molesta si me siento?

—Adelante.

—Los dejaré solos para que puedan hablar a gusto —propuso Smith.

—Quédate, Dick. —Las palabras sonaron algo atropelladas en los labios de Howard—. Al fin y al cabo, esto también te compete. ¿No hay problema por usted, alcalde?

—Quédate, Dick —dijo Wells, sin mucho entusiasmo—. No hay problema, esto también te compete.

—Claro —respondió Dick—. Como gusten.

El alcalde y Howard tomaron asiento en las mecedoras, el primero sin prestarle la más mínima atención al whisky. El alguacil permaneció de pie al lado de la chimenea. Howard no podía sacudirse un sentimiento de incomodidad y cierta amenaza con el alcalde ahí, a su lado, pese que el otro tenía la mirada perdida más allá del fuego.

—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó Howard—. Luce indispuesto.

—No me he encontrado bien desde hace tiempo… —contestó—, pero aún me siento capaz. ¿Escuché que tiene algo que decirme?

El alguacil y el agente intercambiaron una mirada de soslayo, Smith asintió con la cabeza, animando a Howard a continuar.

—Iré al grano, señor alcalde —La frase pareció demasiado agresiva en voz de Howard, mas el alcalde no se inmutó—. Todo indica a que ese animal que todos llaman “monstruo”, lo que sea que es, es el responsable de la matanza de los animales y de la muerte de la señorita. Es necesario realizar una búsqueda sistemática de los bosques de los alrededores para dar con él, necesitaremos varios recursos, hombres, armas… Necesitamos cazar a esa cosa para evitar que los desastres que cometa sean cada vez mayores.

—Haga lo que sea necesario para matar a ese monstruo, agente Callahan —sentenció Wells—. Tiene mi aprobación y todo el apoyo… de la buena gente de Haven Lake.

—Requerirá tiempo y preparativos, pero creo que dentro de dos días podremos iniciar con el trabajo.

—Tiene mi aprobación y todo el apoyo… de la buena gente de Haven Lake.

Howard frunció el ceño, en el rostro del alcalde no veía alguna expresión que fuera acorde con sus palabras, su semblante estaba inmóvil a excepción de los momentos en que hablaba. En un movimiento que se hubiera perdido de vista con sólo parpadear, los ojos negros y apagados del alcalde estaban fijos en los de él, y de nuevo el instinto de llevar su mano al revólver apareció, aunque no se vio reflejado con un movimiento en esta ocasión.

—Me gustaría compartir con usted algunas… observaciones… que he realizado, agente. —Wells retomó la conversación con la misma extraña naturalidad que había mostrado desde el principio—. Puede que sean de utilidad… para las labores de búsqueda.

—Cualquier ayuda es bien recibida… Señor. —A pesar de querer sonar agradecido, la frase del agente pareció escurrirse entre sus dientes.

—Mañana antes del alba lo espero en el inicio de la vereda hacia el lago. La oscuridad antes del amanecer deja ver ciertas cosas que ni la misma luz del sol puede revelar. —Dicho eso, el alcalde se puso de pie lentamente y extendió su mano para despedirse de Howard.

—Nos veremos entonces, señor —dijo él, dándole un rápido apretón y retirando la mano más rápido de lo que pretendía, hecho que, aparentemente, pasó desapercibido para el otro.

—Buenas noches… —siseó el alcalde, y dio media vuelta para retirarse del recinto, pasando de largo al alguacil sin prestarle la más mínima atención.

—Igualmente… —murmuraron Smith y Howard al unísono, desconcertados.

De la misma manera silenciosa e intempestiva en la que había llegado, Wells se había retirado.

—¿Cuál es el problema del alcalde? —preguntó Howard a Smith, totalmente extrañado—. De verdad luce muy mal y actúa de manera… peculiar.

—Al principio creíamos que era por el fallecimiento de su esposa, pero ahora… No sabemos qué pensar.

—¿Cuál es su historia?

—El alcalde Wells siempre ha sido un miembro importante de la comunidad, incluso desde antes de haber sido elegido para el puesto. Si el pueblo no se ha ido a la ruina ha sido por sus esfuerzos, por su dedicación y por su capacidad de unir a las personas en una misma causa. Su buena actitud y la manera en que trataba a su esposa y a su hija lo hacían gozar de buena reputación y era querido por todos. Infortunadamente, la esposa del alcalde siempre tuvo una salud muy delicada; hace tres o cuatro meses enfermó gravemente y, casi tan rápido como inició con su enfermedad, ésta la consumió y falleció, sin que se pudiera hacer mucho para evitarlo. El alcalde estaba inconsolable, su buen talante cambió por desesperación, tristeza y enojo, de un momento a otro, el hombre al que todos admirábamos se transformó en alguien lleno de resentimiento, pesimista y apático con los demás, renegaba de la Providencia y de la vida con quienes hablaban con él. La pérdida hizo que quisiera alejarse de todos para lidiar con su duelo, así que decidió retirarse al bosque para tratar de encontrar sosiego en la tranquilidad de la naturaleza. Todos estuvimos de acuerdo en que hiciera lo necesario para estar bien.

—¿Sirvió de algo?

—Cuando el alcalde regresó, algo había cambiado en él. Pese a que físicamente no lucía muy diferente, las primeras personas que lo vieron aparecer por la vereda del lago dijeron haber notado algo muy raro y perturbador en él: le tenían miedo. El alcalde hablaba con todos cuantos le dirigíamos la palabra y quienes queríamos saber cómo se encontraba, pero, pese a que afirmaba que estaba completamente restablecido, daba la impresión de que ese no era el mismo hombre, tampoco daba la sensación de familiaridad y agrado que siempre nos provocaba, sino todo lo contrario, parecía que trataba de contener algo, se notaba tenso e incómodo entre nosotros, incluso con su propia hija. Desde ese día, sus apariciones en público se hicieron cada vez más raras, también trasladó su oficina a su casa, abandonaba lo menos que se pudiera las paredes de su hogar, hasta que llegó al punto de no salir en absoluto. Las personas a su servicio hablaban acerca de cómo se encerraba en su habitación día y noche, apenas comunicándose con su hija a través de la puerta. Las pocas veces que lo veían, su aspecto parecía más lastimoso, como si se estuviera consumiendo, a pesar de alimentarse varias veces al día con carne. Le ofrecieron los servicios de un médico, pero él se negó rotundamente, según decía la servidumbre, quienes trabajaban diariamente con recelo hacia él.

—¿Y con el funeral de su hija qué sucedió?

—A duras penas salió de su habitación para dirigirnos unas palabras de agradecimiento por asistir, aunque parecía que hablaba sin ninguna intención. Lo vimos con el aspecto en que lo viste aquí mismo, ni sus mejores galas ocultaron lo demacrado que está. Luego de un par de minutos de discurso, se excusó y se retiró de vuelta a su habitación, diciendo que no tenía las fuerzas para ver cómo enterraban a su hija, así que dejó en manos de la servidumbre el resto del servicio funerario. Sinceramente, los que estábamos presentes nos sentimos aliviados de que se fuera, su presencia ahí, lejos de causarnos compasión, nos tenía intranquilos. Las pocas palabras que le dirigí para informarle de tu presencia parecieron no importarle mucho, así como tampoco parecía importarle mucho el hecho de que su hija hubiera muerto. Todos descansamos cuando nos pudimos ir de ahí.

—Quizás donde necesita estar es en un hospital psiquiátrico, no en su casa.

—No lo sé, Howard, pero lo que sí sé, y me apena admitirlo, es que el alcalde ya no es apto para su puesto… ni la comunidad lo quiere ahí. Me sorprende que haya decidido apersonarse aquí, contigo, y me sorprende también que haya hecho “observaciones”.

—Mañana veré qué es lo que quiere mostrarme y trataré de averiguar qué es lo que le pasa. Sé que debería mostrarme más comprensivo y darle su espacio para llorar la muerte de su hija, pero es difícil pensar en eso cuando da la sensación de que… de que…

—Hay algo aterrador en él —terminó Smith.

IV

Pese a que la noche anterior Smith lo dejó para descansar a una hora adecuada, Howard no pudo conciliar el sueño durante toda la noche. No sabía por qué, pero estaba intranquilo, constantemente miraba por la ventana hacia el pueblo y el bosque iluminados por la luna, sin poder encontrar algo fuera de lo común. Revisó apuntes y notas en espera de que el tiempo para su encuentro con el alcalde llegara, no se desvistió siquiera para estar más cómodo. Faltando unos quince minutos para la hora aproximada de más oscuridad, decidió que ya era suficiente espera. Se cercioró de que su revólver estuviera cargado y funcionara correctamente, se puso el saco, su sombrero, tomó una linterna de petróleo y se encaminó al punto de encuentro.

La vereda lucía como un camino iluminado en medio de oscuridad absoluta. La luz de la luna hacía casi innecesario el uso de la linterna, salvo para la examinación de detalles. Esa noche no había viento, mas el ambiente era muy frío, anormalmente frío para esa época del año. Ni un sonido, natural o humano, se escuchaba, daba la impresión de que el mundo entero estaba detenido, salvo por el agente mismo, cuya sensación de intranquilidad no hizo más que aumentar.

—No seas ridículo, Howard —se susurró a sí mismo, dándose una pequeña bofetada. Respiró profundamente unas cuantas veces para disminuir su ansiedad—. Contrólate, hombre. Estas personas cuentan contigo.

Un movimiento repentino, captado a su derecha en el límite de su campo de visión, lo hizo girarse rápidamente en esa dirección, desenfundando su arma a la máxima velocidad que sus músculos le permitieron. Trató, sin éxito, de aguzar la mirada tanto como pudo, pero no había nada que correspondiera a lo que creyó ver. Guardó su revólver, sin poder evitar dejar escapar una risilla debido a lo ridículo que se sentía y se volvió en dirección contraria. Una forma humanoide oscura corrió hacia él más rápido de lo que pudo reaccionar, sintió cómo el interior de su cabeza retumbó y la luz de la luna desapareció por completo, dejándolo sumido en la oscuridad.

Un dolor lancinante lo regresó a sus sentidos, gritó a todo pulmón cuando abrió los ojos y se enderezó tanto como pudo en dirección a donde percibía la sensación: su pierna derecha estaba doblada antinaturalmente en el punto medio de la tibia y el peroné, su pantalón estaba manchado de sangre a esa altura. El dolor apenas le dio paso al instinto de supervivencia que obligó al agente a dar un vistazo rápido a su alrededor; se dio cuenta de que estaba tirado en el suelo, a orillas del lago, con el bosque a su espalda y la luna resplandeciendo sobre la superficie de las aguas. Frente a él, levemente ensombrecido, un hombre desnudo y esquelético lo miraba y jadeaba pesadamente, era Wells, a quien la luz de la luna hacía resplandecer discretamente con un aura verde. Detrás de él, como un espejismo, como una imagen que se ve por el rabillo del ojo, evanescente, una sombra se elevaba a medio cuerpo de altura del alcalde, una proyección cuyo origen era la anatomía de aquel hombre, en la que se alcanzaban a ver largos brazos y dedos terminados en punta, así como un cuello largo que sostenía una cabeza diminuta coronada por cuernos retorcidos similares a los de los carneros.

Haciendo uso de todas sus fuerzas para sobreponerse al dolor, desenfundó su arma y trató de apuntar a Wells. Lo que apenas podía ser reconocido como el alcalde le detuvo el brazo antes de que lograra su cometido, con un manotazo le hizo crujir los huesos de la mano derecha, la pistola cayó al suelo y un nuevo grito de dolor se le escapó al agente. Ni bien hubo hecho lo anterior, la criatura olisqueó el brazo del hombre y, en un movimiento rápido como el rayo, le arrancó gran parte de la carne del antebrazo de una mordida. Ríos de sangre se derramaron en el suelo, el hombre, horrorizado, paralizado por el miedo, observó cómo sólo quedaban los huesos y algunos jirones de piel y grasa ahí donde había tenido un brazo, el grito que emanó de sus entrañas fue tan intenso que hizo temblar todo su cuerpo. El lamento se interrumpió repentinamente: la mano restante de esa cosa había hendido la piel del agente y se colocó dentro de su cavidad abdominal, removiendo todo a su paso. El dolor que Howard experimentaba iba más allá de cualquier descripción, su cuerpo no tenía manera de expresarlo siquiera.

En el momento en que el agente pensó que perdería la cordura, la tierra comenzó a temblar. La atención de la criatura se desvió hacia la oscuridad entre los árboles y, cual muñeco de trapo, lanzó a Howard a un lado, casi haciendo que se sumergiera en la orilla del lago que ya empezaba a reflejar los rayos de la aurora. La visión empezaba a fallarle, mas ahí frente a él, alcanzó a divisar cómo la criatura iba a emprender la retirada; no pudo avanzar ni un par de metros cuando fue detenida y levantada del cuello por otra nueva figura, mucho más grande e imponente que la de su atacante. Con las fuerzas que le quedaban, se obligó a enfocarse y finalmente lo vio con claridad: majestuoso, de gran tamaño y poder, con piel como la de los osos y un rostro que, en ese momento, denotaba una ardiente furia. Howard reconoció al Guardián Oculto de los bosques.

La criatura que había sido Wells se debatía frenéticamente intentando zafarse del agarre del guardián, gritaba y chillaba despavorida, pero todo era en vano, sus fuerzas no perturbaban en absoluto a las del otro. Como si de una rama seca se tratara, el guardián apretó con más fuerza el cuello de la criatura y lo hizo añicos, instante en el cual, la sombra que se proyectaba del cuerpo de Wells se hizo más densa, casi tangible, y comenzó a cernirse sobre el guardián, ejerciendo una presión invisible sobre él que lo empequeñeció, provocando que soltara el cadáver. La sombra presionaba con insistencia, pero el guardián no cedía más terreno ante ella, en cambio, haciendo uso de todo su poder, se irguió cuan alto era, extendió sus brazos hacia los lados y profirió un formidable y grave grito que hizo retumbar los árboles y perturbó la superficie del lago; al instante, la sombra fue despedida más allá de la copa de los árboles y se pulverizó hasta perderse en la nada.

El sol ya empezaba a mostrar su cara en el firmamento, pero Howard no tenía fuerza para ponerse en pie, ya ni siquiera tenía la necesaria para respirar. La sensación de su consciencia escapándose era casi palpable. Lo último que el joven agente pudo ver antes de abandonar este mundo fue la triste y compasiva mirada del Guardián Oculto de los bosques posada sobre él.

EPÍLOGO

Dick se había dado el lujo de dormir un poco de más esa mañana, después de todo, el alcalde Wells y Howard estarían desde temprano examinando lo que sea que hubiera en el bosque. Ni bien se hubo vestido, por su ventana vio como varias personas corrían hacia la avenida principal, una tras otra. Sin pensarlo mucho, se unió a la carrera y fue lo más rápido que pudo hasta donde prácticamente todo el pueblo estaba reunido.

Frente a la entrada de la vereda del lago, el guardián se encontraba de rodillas y acunaba el cuerpo maltrecho de Howard en sus brazos, como si fuera un bebé, incluso la forma en que lo miraba no dejaba dudas acerca del dolor que sentía al verlo ya sin vida. A su lado, el cadáver deforme de Wells yacía sin ninguna consideración en el suelo. Dick se abrió paso y se acercó tanto como su valor se lo permitió al gigante, ante la expectativa de todo el pueblo. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos.

Con sumo cuidado, el guardián acomodó el cuerpo de Howard entre él y Dick, colocándolo con sus brazos cruzados sobre su abdomen. Se puso de pie con parsimoniosa lentitud, haciendo que todos dieran un paso hacia atrás, levantó una mano y señaló el cadáver de Wells.

—Wen… di… go… —dijo el gigante con una voz que Dick podía sentir muy dentro de su pecho.

Luego movió su dedo y señaló el cuerpo de Howard.

—Sak… u… ach —continuó.

Finalmente, el guardián se señaló a sí mismo.

—Sak… u… ach —concluyó.

—Sasquatch —respondió Dick, comprendiendo que aquella criatura reconocía a Howard como su igual: un guardián.

El Sasquatch asintió y le dedicó una amable sonrisa a Dick antes de regresar a su hogar entre los árboles. El alguacil no pudo evitar sonreír a su vez, dejando escapar una lágrima solitaria, y en su corazón pedía al Gran Espíritu que, donde sea que estuviera, Howard tuviera una existencia tranquila y feliz.

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