Por Oscar Valentín Bernal
Cuando hablamos de los pioneros del género del misterio y policíaco, se nos vienen a la cabeza nombres como Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y, claro, Agatha Christie. Christie se crió en el campo y trabajó como enfermera durante las dos guerras mundiales, fue aficionada a Robinson Crusoe, a los relatos de Jules Verne y de Charles Dickens, obras que le sirvieron de inspiración para la suya, sin embargo, es curioso que, en el caso de Christie, su carrera detrás de la máquina de escribir haya comenzado con un reto.
«No puedes escribir una historia de detectives, donde el final sea inesperado». Dijo Madge, la hermana de Agatha y fue así que nació “The Mysterious Affair of Styles”, su primera novela publicada en la cual ve la luz el famoso detective belga, Hercule Poirot (Pronunciado Puagó en francés).
Murder on the Orient Express
En una fría estación de Siria, un pequeño hombre bigotudo consigue una habitación en un tren que cruzará Europa, sin imaginar que la nieve los dejará atrapados en algún lugar de las montañas, mientras a bordo se comete un inesperado asesinato.
Conocida en los países de habla hispana por su traducción literal «Asesinato en el Orient Express», es una historia clásica del género detectivesco que reta al intelecto. Es quizá el caso más famoso de Hercule Poirot gracias al cine y la televisión en donde ha tenido hasta la fecha tres adaptaciones.
Es una novela ligera y disfrutable, pero a la que es necesario prestar toda la atención ya que al igual que las demás obras de Christie, se encuentra plagada de detalles relevantes para la resolución del caso, pero que están sutilmente disfrazados, haciendo fácil pasarlos por alto, porque Agatha es una cazadora y espera el momento justo para tirar del gatillo y volarnos la cabeza con el elegante proyectil del giro argumental.
«Murder on the Orient Express» nos da una cátedra de cómo debe ser una gran novela de detectives, maneja el misterio de forma magistral. La ejecución en la narrativa de los acontecimientos nos hace quedar envueltos en una maraña de situaciones que difícilmente pueden trascender a la pantalla grande, pero que dotan a la obra de un sabor especial. La estructura de la historia nos hace pensar que el desenlace de la misma pudiera ser muy difícil de lograr, llegas a preguntarte “¿cómo conseguirá encajar todo esto en su sitio?”, puedes sentir el temor incluso de terminar en una conclusión que insulte a nuestra inteligencia. Sin embargo, esto es solo una estratagema más de la autora que nos hace pensar en un millón de cosas para luego sorprendernos con un final totalmente inesperado en el que los elementos se acomodan y nos hace darnos cuenta de que las pistas siempre estuvieron ahí, delante de nuestras narices.
Agatha logra que cada personaje sea memorable, dotándolos a todos de una personalidad muy viva y que nos ayuda a entender perfectamente quiénes son.
Un manejo común en las novelas de detectives es volcar la atención del lector y todas sus sospechas sobre un personaje que resulta ser un cabeza de turco, que sólo sirve para confundir acerca del verdadero culpable, pero que muchas veces nos hace decir desde el principio «por supuesto que él no lo hizo».
A bordo del Orient Express esto no ocurre, ya que al cabo de un rato te das cuenta de que todos los personajes pudieron tener motivos para perpetrar el crimen y todos esos motivos son totalmente distintos.
Poirot es un personaje recurrente a lo largo de la obra de Christie. Se trata de un veterano detective con un excepcional sentido de la intuición que le ha ayudado a labrarse una reputación a través de la resolución de complicados casos. Poirot es un verdadero superhombre en lo que respecta a su campo, nunca deja cabos sueltos, se apega a los hechos y se abstiene de sacar conclusiones apresuradas, jugando a la perfección al ajedrez en contra del asesino.
«Porque soy Hercule Poirot».
Si no has leído nunca a Agatha Christie y gustas del sabor a misterio de una novela de detectives contada a la antigua usanza, Murder on the Orient Express es muy recomendable.