
Por S. Bobenstein
¿Qué es eso? Algo me despertó, aunque, ¿estoy despierta? Todo luce muy oscuro… No puedo ver nada. Estoy segura que algo me despertó, puedo sentirlo, aunque no sé si sigo soñando. ¿Soñando? ¿Con qué soñaba? Recuerdo algo… Se me escapa. Todo luce muy oscuro, hace mucho frío, pero quema. Algo se incendia dentro de mí y no puedo evitar temblar. Duele mucho, detesto esta sensación, la odio. ¿Por qué me pasa esto? Quiero llorar, gritar, arrancarme la cabeza. Quiero que esto termine, por favor…
Hay una luz, es muy brillante, es cálida, es agradable, hace que ignore por un momento el dolor. Voy hacia ella y la oscuridad a mi alrededor se disipa, aparecen paredes, ventanas, escaleras, pisos, todo se ve borroso, como cubierto por un velo gris. Estoy de pie en la cima de las escaleras, puedo ver el origen de la luz: una puerta. En el umbral hay algo, una sombra, alguien… La luz es muy brillante pero estoy segura que hay alguien ahí. Mis pies se mueven como si flotaran entre las nubes, apenas y puedo sentir la dureza de las escaleras mientras bajo, pero mi cuerpo se siente muy pesado, como plomo, me siento torpe, viscosa. El velo grisáceo se ondula a mi paso pero no hay viento, ni una brisa, ni un susurro de aire; me siento oprimida, las ganas de gritar regresan, el dolor…
¿Qué? ¿Quién dijo eso? Alguien murmura… Mis ojos vagan a mi alrededor para tratar de encontrar esa voz. ¿Voces? Son dos, una más grave que la otra. Finalmente encuentro la fuente: la sombra. Sombras. Son dos, están caminando hacia adentro de este lugar, me cuesta trabajo enfocarlos pero… lo logro. Son un par de muchachos de preparatoria, un chico y una chica. ¿Qué hacen aquí? No los conozco, no los recuerdo, pero lucen… llenos, llenos de vida y temor, el velo gris no los cubre. Los murmullos se hacen más entendibles, hablan entre ellos, se susurran cosas. Me coloco delante suyo, pero no parecen darse cuenta de mí, como si no me vieran. ¿¡Qué les pasa?! Aquí estoy, ¿que no me ven? Muevo mis manos con torpeza, están pesadas, agarrotadas, pero eso sí tienen que verlo. No están ciegos, ¿o sí? Algo me pasa y necesito su ayuda, están aquí, estoy frente a ellos, ¿por qué no me ven? ¿Por qué no quieren ayudarme? El dolor… ¡Estúpidos chiquillos! ¡Ayúdenme! Trato de empujarlos, mis manos no se mueven tan rápido como quiero, ellos se mueven justo a tiempo para esquivarme, pero alcanzo a rozar a la chica. Ella se sobresalta, deja escapar un grito y se aferra al brazo del chico, temblando, él la mira, desconcertado, y trata de calmarla, la anima a seguir.
Recuerdo algo. Ese grito… es muy familiar. Es muy familiar… Suena como yo. ¿Qué? Como yo… Grité en aquel entonces, pero nadie me calmó, grité hasta que se me acabó la voz, hasta que todo se volvió oscuro… ¿Qué? ¿Por qué grité? No puedo acordarme, todo está nebuloso, como si un velo gris lo cubriera, está frío, pero me quema, duele mucho, quiero llorar, gritar… Pero nada sale, el dolor es insoportable, es horrible, quiero que termine. ¡Que alguien me ayude!
Los chicos rompieron algo, llaman mi atención hacia el siguiente cuarto. Arrastro los pies para ir a donde están, quizás si trato un poco más de llamar su atención, ellos puedan ayudarme. La chica llora, está muy asustada, esconde su cara en el pecho del chico y éste la abraza, la protege, trata de calmarla, aunque él también parece asustado, mira a todas partes, como si algo lo acechara. Este cuarto… Recuerdo… A mí nadie me protegió cuando estaba tirada en este mismo suelo, con la nariz sangrando tanto que ni siquiera podía sollozar; aquel hombre me miraba con ojos inyectados en sangre, con una botella de alcohol en una mano y el otro puño cerrado, con los nudillos enrojecidos, apestaba a licor y a sudor. Y yo ni siquiera podía sollozar. El muchacho está tratando de proteger a la chica, a mí nadie me protegió, no quieren ayudarme… ¿Por qué no quieren ayudarme? Ni siquiera puedo llorar y esto duele demasiado, no cesa nunca.
“Todo estará bien” le dice el muchacho mientras le acaricia la cabeza, dulcemente, tiernamente. ¿Todo estará bien? ¡¿Todo estará bien?! No. No estará bien. Ya me acuerdo… “Todo estará bien” pensaba en esa ocasión. “Todo estará bien” me decía a mí misma mientras aquel hombre dejaba caer sus asquerosas manos sobre mi rostro. “Todo estará bien”, golpe tras golpe, crujido tras crujido de huesos, dolía demasiado, no podía dejar de gritar y, sin embargo, ni siquiera podía sollozar. “Todo estará bien. Pase lo que pase, no va matarme. Todo estará bien”. Pero nadie me ayudó, ni aquella vez ni ninguna otra de las anteriores, nadie escuchó mis gritos, nadie me escuchó llorar, nadie me veía. “No va a matarme… ¿verdad?”. Lo último que recuerdo era el sabor de la sangre, mi sangre, un destello de cristal cayendo como un rayo sobre mis ojos, algo que crujía, gritos, dolor… y luego oscuridad. Fría y caliente oscuridad, triste oscuridad, dolorosa oscuridad, detestable oscuridad.
¿Por qué? ¡¿Por qué?! Nunca le hice mal a nadie, nunca fui grosera ni descortés, nunca busqué problemas, sólo quería una buena vida, una vida tranquila y apacible… ¿Por qué yo? No me lo merecía… Y nadie me ayudó, nadie me escuchó, nadie me vio… Como ahora, como estos muchachos… Los odio, los odio, los odio… Se burlan de mí, como aquel hombre se burlaba entonces, no quieren ayudarme, nadie quiere ayudarme, sus “preciosas” vidas son demasiado importantes para fijarse en mí. ¿“Todo estará bien”, dices? No. Nada estará bien, nada nunca estará bien. ¡Nunca, nunca, nunca! Todos se burlan de mí y me ignoran, se preocupan más por sus asquerosas vidas que por ayudarme. Pero ya no más. Si no quieren ayudarme, entonces van a sufrir conmigo. Todos deben sufrir.
Caigo al suelo, de cara, justo en ese lugar. Mi cuerpo se siente más pesado que nunca, una montaña aplasta cada centímetro de mi piel, no puedo respirar… pero no me importa. Levanto el rostro al escuchar gritos: ahí están, el chico y la chica, desplomados en el suelo, abrazándose, arrinconados. Ahora me ven, pero sus ojos desorbitados no muestran compasión alguna, nada más que horror. ¡Sólo quería su ayuda! ¡Se están burlando de mí! Yo no lastimé a nadie… Todos deben sufrir. Me levanto lenta y dolorosamente, ¡con un demonio, cómo duele! Cada hueso de mi cuerpo cruje y rechina, mis articulaciones están tan rígidas como el metal oxidado, mis miembros pesan como si estuvieran atados a enormes rocas, no puedo mantener mi cabeza erguida por mucho tiempo… pero no me importa.
Levanto un brazo pálido y viscoso, luego doy un paso con una pierna deforme y marchita, y empiezo a caminar hacia ellos. Me siento como una espantosa marioneta cuyos hilos son jalados a destiempo, el increíble dolor se me clava en cada poro, caliente y frío… pero no me importa. Los chicos lloran, gritan, se apretujan contra los muros y tiemblan descontroladamente, el muchacho moja sus pantalones. ¿“Todo estará bien”? ¿Por qué mientes? ¿Por qué no quieren ayudarme? Los odio, los detesto, los aborrezco… A todos. Nadie me ayudó cuando lo necesité y nadie los ayudará a ustedes. Nada está bien. Nada estará bien.
Estoy tan cerca de ellos que puedo escuchar cómo su corazón golpetea en sus pechos y no puedo evitar darme cuenta del silencio a mi alrededor, el silencio en mi interior. No tengo nada, sólo el dolor, frío y caliente, y la oscuridad. Miro mis manos, blancas, viscosas y podridas, y oculto mi cara en ellas; soy horrible, todo esto es horroroso, quiero llorar, pero mis lágrimas no salen, mis sollozos no se escuchan. Por favor, se los suplico, que alguien me ayude… La única respuesta que obtengo es el latido de sus corazones y sus gritos. ¡¿Que no me ven, estúpidos chiquillos?! ¡¿Por qué no me ayudan?! Sus corazones no son más que adornos, son tan malos como todos los demás, nunca estarán bien, nunca nada estará bien.
Me abalanzo sobre ellos con las manos por delante. Sus mugrosos corazones no son más que adornos, no tienen corazón en realidad, no los necesitan, nunca los quisieron, son malos, crueles y sádicos como aquel hombre, como todos los que me ignoraron, como todos los demás. Dénme sus corazones, no los necesitan, nunca los quisieron. Nunca nada estará bien. ¡TODOS deben sufrir!
La noche ya estaba cerrada en el cielo. Tres jóvenes con uniforme escolar, dos chicos y una chica, caminaban por una de las más antiguas calles de la ciudad, bordeada por grandes y fastuosas casonas de antaño que habían sido conservadas con esmero, algunas habitables y otras sólo para alegrar la vista con su arquitectura, sin embargo, no repararon en ninguna excepto la última, al fondo del camino, en la parte más abandonada. La construcción, que de haber sido cuidada como el resto luciría hermosa y elegante, estaba completamente a oscuras salvo por las farolas de la calle que apenas alcanzaban a iluminar su fachada. Probablemente se tratara de un efecto óptico, pero el juego entre la escasa luz y las sombras le daban a la casa un aire imponente, ominoso y terrible, parecía elevarse como una aguja negra que buscaba hendir el firmamento.
—¡Bien! Aquí estamos —sentenció jovialmente uno de los varones.
—Realmente… no parece la gran cosa —le respondió el otro con un dejo de decepción.
—Es horrible… —murmuró la chica, quien inconscientemente se acercó un poco más al segundo muchacho.
—Les aseguro que esta es la casa. —El primer muchacho dio un paso al frente y se colocó de espaldas a la construcción, adoptando una actitud solemne y ceremoniosa al dirigirse a sus compañeros—. Aquí es donde sucedió todo, hace ya muchos años. Aquí vivía una pareja de esposos que fueron casados por conveniencia de sus familias, a pesar de que ninguno de los dos sentía amor genuino por el otro. Se dice que la mujer era muy hermosa, delicada y amable, que se esforzaba por llevar una relación cordial con su esposo, aunque siempre parecía triste y melancólica las pocas veces que se le veía fuera de su casa; el hombre, pese a ser un empresario exitoso, era altanero y engreído, como si el mundo no lo mereciera. Nunca tuvieron hijos y los chismes decían que él la odiaba y la maltrataba por esto, decían incluso que la golpeaba salvajemente y que tenía amenazada de muerte a su servidumbre si llegaban a decir algo. Un día especialmente malo, todos tuvieron la oportunidad de confirmar las habladurías: la policía fue llamada por un disturbio en la casa que ya no pudieron ocultar, arrestaron al hombre por el asesinato de su esposa, cuyo cadáver encontraron desparramado en la sala, molido a golpes, en un charco de sangre. Decían que la había dejado tan magullada que nadie podía reconocerla y que sus piernas y brazos estaban rotos en muchas partes. Después de eso, la casa fue abandonada con todo lo que contenía y nadie quiso tener nada qué ver con ella otra vez, después de todo, a nadie le interesaría un lugar donde se cometió un asesinato de ese calibre.
»Desde entonces, muchos dicen que ocurren cosas extrañas en la casa, como que ven una figura delgada y pálida pasar por las ventanas o que, sin importar la luz del sol, el terreno se ve nebuloso. Los que se acercan demasiado dicen que de las paredes emana un vaho gélido que te eriza los pelos, pero lo más terrorífico es lo que le sucede a quienes entran… Dicen que adentro aún se encuentra el fantasma de la mujer, penando por su fatídico destino, y asesina a cualquiera que ose perturbar su pesar.
—¿Por qué tienes que ser siempre tan dramático? —dijo el segundo muchacho—. Ya nos habías contado la historia.
—Sólo quería saber qué tan dispuestos estaban a cumplir la apuesta —contestó el primero con una risilla—. Trescientos billetes dicen que no van a aguantar más de treinta minutos dentro de la casa.
—Espero que de verdad los tengas y no sean puras habladurías tuyas. —Luego se dirigió a la chica, sonriéndole—. Con eso podemos comprar el libro que querías.
— No lo sé… —La mirada de la chica iba y venía entre la casa y el muchacho—. Suena peligroso.
—¡No te preocupes! Yo estaré contigo si te da miedo —Él le palmeó un hombro y ensanchó su sonrisa—. Son sólo chismes de gente crédula. Todo estará bien.