
“Nadie nos advirtió que extrañar
es el costo que tienen los
buenos momentos”.
MARIO BENEDETTI
Tres escenas
Se encontraban solos al final del pasillo del edificio B sobre la primera planta. Jael sacó una silla del salón donde habrían tenido clase si la profesora no se hubiera reportado enferma. Clover, recargada sobre el medio muro de concreto, observaba algo en la distancia. Jael se limitaba a leer un delgado libro de ciencia ficción del cual había estado prendado durante los últimos días. Clover dejó salir un suspiro. Jael sabía el significado de éste, pero decidió ignorarlo.
—Es hora de la siguiente clase —informó Jael pasados algunos minutos al tiempo que cerraba el libro colocando en la página abierta un pedazo de hoja cuadriculada arrancada de algún cuaderno.
Clover asintió sin mirarle y se enderezó ayudándose de las manos. Caminaron en silencio hasta la mitad del edificio, una vuelta a la izquierda y tomaron las escaleras hasta la planta baja.
—Por aquí —ordenó Clover ni bien salieron del edificio.
Jael se detuvo un momento, el camino tomado por su amiga estaba en una dirección contraria a la que debían tomar. Aún era temprano, así que le concedió a la chica ese capricho.
El nerviosismo en la pequeña chica de lentes era evidente. Clover le parecía a Jael la viva imagen de una muñeca de porcelana si a ésta se le arrebatara hasta el último gramo de incomodidad que le solían causar. La observó de reojo, Clover mantenía su mirada en el suelo a unos dos metros de donde sus pies se encontraban. Los dedos de ambas manos, casi cubiertos por el suéter tejido de color azul marino, se encontraban entrelazados y danzando rítmicamente.
—¿Ella? —Jael no necesitaba confirmación, pero toda la razón de llevarle hasta ese lugar, consistía en un intento de Clover por mantenerse serena. Por supuesto, no funcionaba del todo bien. La chica asintió efusiva, con tal fuerza que Jael pudo imaginarse el pálido rostro de su acompañante siendo desprendido de su cuerpo como habría visto en alguna caricatura de su infancia.
Al final del desnivel, donde se encontraba el edificio B, giraron a la izquierda. El bullicio del fin de la cuarta hora se hacía presente de a poco.
La Universidad del Norte fue construida en un monte no demasiado alto ni escarpado, sin embargo, las peculiaridades del terreno generaban de manera natural, combinando con las construcciones, un conjunto de caminos cuyos destinos solían encontrarse.
El propósito de su camino actual era llegar al nivel más bajo del hangar de laboratorios, un camino recto al atravesar los jardines frente al edificio B. La idea de Clover, sin embargo, era la de pasar de manera “casual” al lado de Aileen. Jael no entendía del todo el interés de su amiga por la chica de primer semestre de la carrera de matemáticas. No lo entendía no por qué no comprendiera la naturaleza de sus sentimientos por Aileen, sino más bien el origen de los mismos. Debido a la pendiente formada en esa parte de la universidad, Jael pudo discernir la figura de Aileen a la distancia. Sólo durante unos segundos, Clover se permitió ver otra cosa diferente al suelo. Disminuyó el paso, a pesar de que la inclinación del terreno obligaba a lo contrario. Caminaron tan lento como pudieron, Clover intentaba no hacer evidente su interés con poco éxito. Una sonrisa se dibujó en el rostro de los dos amigos, sin que éstas tuvieran la misma razón.
Jael sintió como si un vacío se tragara sus entrañas. Evitó, haciendo un gesto, la salida de una lágrima. El silencio entre ellos le ayudó a reponerse. Cuando pasaron al grupo formado por Aileen y sus amigos, se sintió nuevamente fuerte para hablar.
—No basta con saber su nombre. —Utilizó un tono serio—. Tendrás que hablarle alguna vez.
—Lo sé. —De nuevo, la mirada de Clover se hundió en el cemento.
Al final de la pendiente, giraron a la izquierda y siguieron caminando hasta encontrarse con la puerta frontal del hangar.
—No vas a tener otra oportunidad —recordó Jael, quien como Clover, se encontraba en el último semestre de la carrera de arquitectura.
Clover estuvo ausente durante toda la clase y durante el resto del día.
—Nos vemos —le dijo Clover ni bien terminó el último periodo, Jael le habría propuesto llevarla a casa como todos los días pero pudo leer en su expresión la inconfundible necesidad de estar sola.
—Nos vemos —contestó y, haciendo parecer que tenía algo más que hacer en la universidad, se retiró.
Mientras avanzaban en direcciones opuestas, Jael volvió la vista y se detuvo hasta que pudo ver cómo su amiga llegaba a la parada del autobús. En silencio retomó su andar. Atravesó las escaleras de dos edificios y siguió el empinado camino hasta la biblioteca. Eran pasadas las cinco de la tarde, el sol brillaba con fuerza ante la ausencia de nubes en el cielo, el rumor del frío matutino había desaparecido horas antes.
La biblioteca estaba casi vacía, faltaban semanas para los parciales y además era ya relativamente tarde, Jael no pudo sino sonreír. Como era su costumbre, subió al segundo piso, atravesó una puerta de cristal y, dentro, tomó asiento en uno de los viejos sillones. Extrajo el libro de ciencia ficción y, sintiendo que algo no encajaba en el universo, perdió todas las ganas de leer. Dejó el libro en el lugar vacío junto a él y se dedicó a mirar a sus acompañantes. Al otro lado de la sala, en una mesa de madera, unos informáticos trasteaban con una computadora claramente vieja. A unas cuantas mesas, un grupo de cinco jóvenes discutían sobre una tarea. “Cálculo”, concluyó Jael debido a la información que alcanzaron a captar sus oídos. No reparó en todos los presentes, unas quince personas en la sala con capacidad para sesenta.
Entonces la vió, por la misma puerta de cristal, Aileen entraba al lugar. Llevaba consigo una mochila negra con detalles blancos cuyas figuras intentaban representar a una multitud de olas rompiendo en una playa imaginaria. Aileen escaneó el lugar antes de continuar caminando. Se sentó en uno de los sillones más desgastados, no demasiado lejos de donde Jael se encontraba. El chico conocía esa biblioteca mejor que muchos en la facultad. Era evidente para él que la elección de asiento de Aileen había sido pobre. Sopesó por un momento si informarle. Finalmente, apenado por Aileen y sin olvidar a Clover, habló:
—No te recomendaría sentarte ahí —dijo a la vez que tomaba de nuevo el libro.
—¿Qué tiene de malo? —preguntó la chica.
Jael se limitó a señalar. Aileen, en un gesto reflejo, probó la estructura con la mano a lo que el sillón respondió sonoramente.
—Eso tiene de malo.
El reposabrazos cedió ni bien Aileen aplicó un poco de presión y, de entre la desgastada tela, un pedazo roto del marco de madera quedó al descubierto. Jael recordó cómo aquella misma estaca le rasgó una playera hacía un par de años.
Aileen cambió de asiento sin decir una sola palabra, tomó de su mochila un cuaderno y comenzó a garabatear algo a lápiz. Jael, por su parte, se obligó a leer.
El joven consumió el resto del capítulo que había dejado inconcluso por la mañana y continuó leyendo hasta haber acabado con otros dos; entonces, guardó el libro y se puso de pie.
—Gracias. —Poco después de empezar a caminar la chica lo interrumpió—, por lo de antes. —Señaló el sillón—. Me llamo Aileen por cierto.
—No es nada Aileen, yo soy Jael —extendió su mano y la chica la tomó delicada, sin estrujar siquiera un poco. Después de la presentación, siguió el camino que lo llevó hasta ahí en primer lugar, luego continuó hasta el estacionamiento. Recorrió todas las hileras ya medio vacías hasta llegar al final donde aparcó el viejo chevy. No quiso siquiera detenerse a analizar lo que había pasado.
—Buen día. —Clover colocó su mochila sobre el escritorio que compartía con Jael durante la primera hora, entonces, sin fuerzas, se desplomó sobre la silla para luego hundir su rostro entre sus brazos.
—Buen día —contestó Jael sin prestarle atención mientras dibujaba alguna caricatura exagerada de su amiga— mira, eres tú.
Clover abrió un ojo para ver un reflejo caricaturizado de sí misma. En la secuencia de dos dibujos se mostraba caminando mientras asentía con la cabeza. En la segunda caricatura, su cabeza caía sobre sus manos, la imagen la hizo sonreír, los dibujos de Jael siempre la hacían sonreír.
Platicaron durante los minutos previos a la clase, Clover había dormido mal según relataba y aunque a Jael le habría gustado preguntar más al respecto, la llegada del profesor se lo impidió.
La clase pasó y cambiaron de salón, lo mismo se repitió para las siguientes materias. Pronto era hora del almuerzo. La cafetería se encontraba vacía, la mayoría elegían dejar una hora libre entre las diez y las doce con el propósito de comer. Clover y Jael preferían esperar hasta la una aunque eso significara una hora más sin alimento. Ordenaron y, con las charolas en mano, seleccionaron una mesa fuera del establecimiento.
—Quiero conocerla. —Clover aún tenía la boca medio llena. Su rostro se veía particularmente melancólico.
—¿Qué planeas hacer?
Clover no contestó.
Habían pasado dos meses desde que la vio por primera vez. Jael no tuvo duda. Ambos caminaban al salón de la primera clase. Adornaban la caminata con alguna charla que ya no recordaba. Esto fue hasta que el bullicio de un grupo de novatos atrajo la vista de Clover, quien dejó de hablar a mitad de una frase. Jael siguió su mirada y pudo ver a la chica. El grupo de cinco jóvenes reía sonoramente. La mirada de Jael regresó a su amiga, pudo ver cómo el blanco de su rostro se tornaba rojo. “No puede ser”, pensó, pero cuando quiso decir algo, Clover comenzó a caminar, dio unos veinte pasos y empezó a correr, quiso seguirla, pero la reacción le pareció extraña y exagerada. Ese día, Clover faltó a todas las asignaturas. Jael tuvo que disculparla con sus maestros, pues la ausencia de la joven era un evento demasiado anormal como para dejarlo pasar.
Estuvieron en silencio durante el resto de la comida, aún quedaban algunos minutos antes de la siguiente clase. Clover tenía los pies sobre la silla y rodeaba ambas piernas con sus brazos. Jael había comenzado a leer. No era difícil ver a ambos jóvenes pasando tiempo juntos sin siquiera dirigirse la palabra, alguna vez un compañero les preguntó si realmente eran amigos, ninguno de los dos tuvo reparo en confirmarlo. Jael era consciente de las peculiaridades de su relación, pero no tenía el más mínimo interés de hacer algo al respecto. Disfrutaba la compañía de Clover así como ella disfrutaba la suya y eso era sin importar si el silencio ocupaba la mayor parte de la interacción.
Jael pasaba una página del libro cuando escuchó un rumor silencioso. Alzó un poco la vista para observar a Clover y, aunque su rostro no era visible, pudo adivinar lo que pasaba. La miró durante un momento sin decir nada. Observó la caída de su cabello liso de color azabache sobre su frente. Imaginó cada ángulo de la imagen frente a él, hizo un esfuerzo para ver ambos perfiles, cuando lo logró, se obligó registrar las escenas en su cerebro.
El silencioso sollozo menguó con el paso del tiempo, Jael intentó continuar con la lectura, pero le resultaba imposible concentrarse. Cerró el libro. Se puso de pie y se colocó a un lado de Clover, ésta tardó por lo menos un minuto en hacer lo propio, Jael no se movió hasta que su amiga comenzó a caminar.
De camino a clase, el joven comenzó a hablar de un tema sin importancia, Clover asentía o negaba según la conversación unilateral lo requería.
El viernes llegó sin contratiempos, no hubo otra caminata innecesariamente larga. Jael había terminado sus clases, pero Clover debía asistir a un par más.
—Te espero en la biblioteca —le dijo Jael antes de separarse de Clover, ella asintió.
El joven ascendió hasta el tercer piso del hangar, desde ahí tomó la salida trasera que daba a los jardines del edificio B. Siguió derecho hasta atravesar el lugar. Antes de llegar al estacionamiento de los maestros, tomó un desvío que lo llevaría a la biblioteca pasando entre el auditorio y la dirección de la facultad.
Mientras se acercaba a una bifurcación en el camino, reconoció las figuras formando olas en una mochila ajena. Jael chasqueó con la boca.
Dentro de la biblioteca, le pareció que el aroma habitual del lugar había cambiado, por primera vez desde que entró en la universidad, se sintió incómodo en aquel lugar. Intentó olvidarse de aquello y subió las escaleras lo más rápido que pudo. Dentro de la sala usual, miró a su alrededor. La chica dueña de la atención de Clover se encontraba en el sillón donde estuvo él hacía unos días. Sopesó la idea de cambiar de hábito, pero descartó el pensamiento sentandose frente a Aileen.
Al tomar asiento, sus miradas se cruzaron. Jael tomó de su mochila un maltratado cuaderno de páginas blancas y su lapicero favorito. Había estado trabajando en el dibujo desde hacía algunos días. En una de las páginas finales, dividido en tres paneles independientes, la misma persona era vista desde ángulos distintos. El superior y más grande mostraba a la chica de cabello lacio por el frente, enfocando la silueta formada por el rostro escondido detrás de sus piernas y el flequillo cayendo hacia ambos lados. Debajo, en la esquina izquierda, la escena era mostrada desde dentro de la cafetería, donde prestaba especial enfoque en el lugar vacío y oscuro. Fuera, en una mesa con tres sillas, la figura difuminada de dos jóvenes se apreciaba. Finalmente, aunque aún sin demasiados detalles, el perfil era mostrado desde una posición contraria, el contorno de Clover era de nuevo el punto focal, Jael apenas había plasmado un garabato para representarse a sí mismo, el mayor detalle de su cuerpo se encontraba en sus ojos, que miraban fijamente a la chica frente a él.
El borrón indefinido que lo representaba le pareció molesto. Sacó de la mochila una goma manchada de negro y comenzó a borrar el lugar donde se encontraría él en la última escena, sin embargo, se detuvo antes de acabar con sus ojos. Sintió que eliminarlos sería una traición a sí mismo.
Soltó un suspiro y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Algún problema? —La voz de la chica frente a él se sintió como un balde de agua fría. No pudo evitar sonreír.
“Por supuesto”, susurró para sí mismo.
Enderezó su rostro y observó la cara de Aileen
—No es nada —respondió, con demasiada emoción en su voz.
Aileen regresó a su actividad cualquiera que fuera ésta, Jael empezó a dibujar. No fue difícil, había pasado más veces de las que deseaba contar frente a la dueña de la atención de su amiga. Con cada recuerdo tomado de su memoria fue imprimiendo una nueva imagen. Adaptó sus ojos lo mejor que pudo y, tomándolos como base, surgió un contorno donde jamás había existido en primer lugar. Antes de darse cuenta, las tres ilustraciones estaban terminadas. En el último recuadro una Aileen miraba a la Clover cuyos brazos aún rodeaban sus piernas. Era perfecta, sin embargo, aquella fue una felicidad vacía.
Observó el dibujo analizando cada trazo minuciosamente. No se percató siquiera del momento en que Aileen se retiró. Luego de un par de horas, un tacto ajeno lo trajo de vuelta. El rostro de Clover se encontraba a unos centímetros del suyo, su respiración calmada le pareció inusual. Apretó sin intención el block de dibujo.
—Puedo… —Clover se detuvo un momento.
Jael pudo sentir la lucha de una idea escapando del esofago de su amiga.
—¿Puedo verlo? —Finalmente, la frase surgió.
La petición le provocó una risa involuntaria. Sin mirarla le tendió el dibujo. Clover se sentó a su lado y lentamente absorbió las imágenes, la chica prestaba especial atención en el último recuadro, sobre el cual pasaba las yemas de sus dedos, probablemente no se daba cuenta de que lo estaba haciendo. De nuevo el agrió sentimiento atacó a Jael. «Es perfecto», pensó.
Tres centímetros
El estruendo rítmico lo relajaba. Jael azotaba la pelota contra la pared de cinco metros de alto de color verde. Esa era una actividad relajante para el joven, tiraba la pelota con todas sus fuerzas para sentir el dolor sordo de su brazo. Cuando la pelota regresaba, se limitaba a recogerla y a lanzarla de nuevo. Era tarde, probablemente le pedirían abandonar el lugar en unos minutos. Sin embargo, él continuó tanto como pudo.
Era la noche del sábado, pasó la tarde girando de un lado a otro en su habitación recordando los hechos de la semana. La melancolía de Clover. Sus encuentros con Aileen, el primero fortuito, el segundo no del todo. Con cada pensamiento que regresaba, él lanzaba la pelota con más intensidad. Procuraba utilizar el brazo derecho, pues sabía que si usaba el dominante, tendría problemas durante la semana al querer dibujar.
No había visto a Clover desde el día anterior y probablemente no la vería hasta el lunes por la mañana.
La tarde del viernes habían permanecido en silencio dentro de la biblioteca, mientras su amiga observaba la ilustración donde se apreciaba su figura siendo observada fijamente por Aileen.
Cuando salieron de la biblioteca, las luces del campus ya habían sido encendidas, la temprana caída del sol y el fresco del crepúsculo les recordaron que se encontraban cerca del invierno. Descendieron tomando el camino de la derecha, contrario al que los había llevado a la biblioteca en primer lugar. Jael procuró prestar atención en los pasos distraídos de Clover, quien seguía observando la ilustración a pesar de encontrarse bajando por aquel inclinado camino de cemento y sin que la ausencia de una luz adecuada la perturbara.
—Dame. —Jael se detuvo de pronto, extendió la mano para tomar el block de las manos de su amiga.
Clover se lo entregó. Jael no quiso descifrar la expresión preocupada de la chica mientras veía cómo tomaba ese objeto que había ganado de alguna manera una propiedad de extremo valor. Jael se ayudó de una luz blanca vertida sobre ellos por una lámpara cercana. Sacó de su mochila una escuadra biselada y la colocó lo más cerca que pudo a los arillos metálicos que sostenían el papel fabriano de 120 gramos. Con un rápido movimiento, obtuvo un corte decente. Guardó el block y la escuadra y le pasó la hoja a su amiga. Clover lo sostuvo un momento antes de voltearlo a ver con ojos vidriosos.
—Gracias.
Jael no pudo evitar sonreír ante la ternura que la mirada de la chica le provocaba.
La pelota siguió desprendiendo la pintura de la alta pared por algún tiempo. Cuando le pidieron retirarse, Jael jadeaba levemente, su corazón se encontraba agitado aunque no atribuía su estado al ejercicio realizado. Tomo su mochila de un lado de la entrada de la jaula delimitada con malla y se sentó en un lugar cercano donde pudo obtener suficiente luz.
Ya acomodado, sacó primero una chaqueta de color caqui y se la colocó, luego el maltratado block de dibujo y el lapicero. Pasó a la última página y pudo observar el remanente de la hoja arrancada el día anterior. Lo ignoró y comenzó a dibujar. En esta ocasión la hoja estaba dividida en dos, a la izquierda el rostro de Clover veía hacia el espectador. El detalle en los ojos le había costado dormirse hasta tarde la noche anterior, no deseaba perder la imágen a manos del sueño. El segundo, aún con pocos detalles, abarcaba una toma aérea. Dos personas bajo la luz de alguna lámpara indefinida se veían fijamente, mientras por el conducto de una hoja de papel, sus manos casi se tocaban.
Dibujó unos minutos bajo la tenue luz, ignorando el cada vez menor torrente de gente que atravesaba los pasillos del parque mayor. Solo se detuvo cuando el sentimiento de vacío se volvió insoportable.
Cerró el cuaderno y lo echó a la mochila, lo mismo con el lapicero. Caminó bajo las luces intermitentes del parque, aspirando el aroma de los pinos. Al llegar al estacionamiento, arrojó la mochila al maletero y se retiró del lugar. Una vuelta a la derecha y en la glorieta siguió de frente hasta llegar al periférico. Tomó rumbo norte y siguió hasta ver el monte donde se erguía la universidad. Disminuyó la marcha, casi podía escuchar el bullicio matutino. Anduvo derecho durante algún tiempo acelerando mientras se alejaba, sólo cuando la universidad había desaparecido entre los pliegues del terreno, retomó el camino que lo llevaría a casa.
Había algo en la mirada de Clover ese dia. Jael reconoció ese algo en los ojos de su amiga. Era el mismo brillo que tenían cuando diseñaba un rascacielos, el mismo brillo que tenían mientras moldeaba una maqueta con sumo cuidado. Era decisión.
Clover se encontraba perdida entre un pensamiento y una hoja de papel. Su mano tensada, subía y bajaba siguiendo un ritmo fluido. Su mirada, con un sabor fijo, seguía al lápiz sobre el papel.
Jael permaneció de pie al lado de la chica, sentía que al sentarse a su lado cortaría el hilo de pensamiento que la tenía ocupada, cuando finalmente el inicio de la clase lo obligó a hacerlo, fuera por respeto o por temor, evitó a toda costa mirar el block A5 frente a Clover.
Al tercer día de dibujo matutino, mientras abandonaban el campus, acogidos por alguna brisa nocturna, Clover detuvo al chico tomando la manga de su suéter. Sin explicar el motivo de su interrupción, la chica comenzó a sacar algo del desgastado portafolios gris que llevaba al hombro. Luego de poco rebuscar, el block A5 de portada roja se asomó por el borde del cierre plástico. Clover tomó de la parte superior un retazo de tela que había colocado a modo de separador y, abriendo el cuadernillo en aquella hoja, se lo ofreció.
Jael se sorprendió del detalle de la ilustración. En la pequeña hoja pudo observar la -de alguna forma- censurada cara de Aileen. Acompañada de jóvenes sin rostro, la chica aparecía al centro del cuadro, sus facciones, aunque precisas parecían haber sido finamente pulidas. Al borde de un balcón Aileen miraba despreocupada a sus anónimos compañeros y sostenía lo que parecía una animada conversación. Fue obvio entonces para Jael que aquella imagen representaba la primera ocasión que Clover había visto a la chica y que la finísima expresión capturada en el papel era el filtro causado por los ojos de su amiga.
La sonrisa nacida en las comisuras de Jael hablaba de la realización de ese filtro. Era probablemente el mismo aplicado por sus propios ojos sólo a un sujeto distinto.
—¿Que vas a hacer? —hizo la pregunta deseando él mismo ser capaz de responderla. Sin embargo, ninguno pudo.
Jael le regresó el dibujo y ambos subieron al viejo Chevy. Durante el viaje al hogar de Clover ninguno articuló una sola palabra. Ambos mantuvieron sus miradas en el camino como dos amantes que se preguntan si todo ha acabado.
Al final del trayecto, no hubo despedidas, ni miradas cruzadas, solo una puerta siendo levemente golpeada y un motor acelerando lentamente.
De regreso a su casa, Jael sintió dentro de él la fragilidad reflejada en su relación con Clover.
Mientras escalaba el empinado camino a la biblioteca, Jael se preguntó si volvería a encontrarse con Aileen, el pensamiento le creó ansiedad desde la mañana, pero, al igual que una semana atrás, no deseaba cambiar la costumbre de esperar a su amiga en el lugar de siempre. Aquella pequeña sala aislada dentro de la biblioteca se había convertido en una especie de refugio al que recurría cuando cualquier otro lugar parecía inadecuado para recibirlo.
Un camino de cemento serpenteante, una escalinata hasta la entrada, dos puertas corredizas de cristal, unas escaleras de ida y vuelta recubiertas de madera, un pasillo con vista al mural del fondo y a la sala principal y, finalmente, una puerta de cristal. Dentro, las paredes recubiertas de libros recopilatorios de trabajos de investigación de diversas áreas, a su izquierda un compendio de mesas de madera para cuatro ocupantes, con no demasiadas personas en ellas. A su derecha, una sala vacía y, más allá, una colección ordenada de mapas topográficos de la región.
Tomó asiento dándole la espalda al área donde almacenaban los mapas, sacó el viejo block fabriano y comenzó una nueva ilustración. Esta vez ocupaba la hoja completa. Comenzó con una silueta aparentemente humana, colocó guías difuminadas que le darían sentido al futuro rostro. Cuando tuvo una idea general de la distribución de su punto focal, empezó a darle forma al fondo. Una caminata de cemento rodeada de césped se bifurcaba al fondo de un pasillo abierto formado por dos edificios de tres pisos de altura. A una distancia media, un camino subía para perderse en la planta baja de uno de los edificios. A la derecha, un puente conectaba uno de los caminos resultantes de la bifurcación con el segundo piso del edificio restante. Dio a entender, por medio de rayones casi informes, la existencia de lámparas y arboles a los lados del camino.
—Es la chica que siempre te acompaña, ¿no?
Jael estaba distraído, pero no lo suficiente para no sentir como los resortes del viejo sillón cedían ante un peso extraño. Su mirada viajó primero al fondo de la sala casi vacía, a su derecha pudo sentir el calor radiando desde otra piel. Su mano izquierda que sostenía la lapicera, se tensó causando una línea demasiado marcada.
—¿Eso es un sí? —concluyó su repentina nueva compañera mientras Jael hacía lo posible por eliminar la marca causada por el grafito—. Te he visto antes con ella —continuó, provocando una sonrisa al joven.
«Por supuesto que nos has visto», pensó, al recordar cómo su amiga se había empecinado durante los últimos meses a convertirse en un astro errante guiado por el influjo gravitatorio de un pariente lejano.
No tuvo que mirarla para saber que se trataba de Aileen, sin embargo lo hizo, mantuvo su mirada fija por más tiempo del que habría querido, analizó las facciones que habían cautivado la atención de Clover, deseaba encontrar en ellas el origen de un filtro alienígena.
—Siempre estamos juntos. —Jael regresó a su lucha con el tachón que se negaba tercamente a desaparecer.
Tres lados
Era suave, más de lo que cabría esperar en otra persona. Pensó entonces en las manos de Clover, y las pudo ver claramente, tan pálidas como su rostro. Las pudo ver en todo tipo de situaciones, incluso cuando el blanco de sus palmas se manchaba de rojo a causa del constante contacto con el grafito. “No queda tiempo”, pensó, con esa otra mano sobre la suya, deseando que uno de ellos fuera una persona distinta.
Clover se marchó sola, con su rostro lleno de melancolía. Así mismo, él llegó al mismo lugar de siempre encontrándose con un destino que le había gustado demasiado irónico. Sentada al borde del sillón de piel negra, con toda su atención entre un cuaderno y un libro grueso, Aileen esperaba.
Tan pronto sus rostros se encontraron, la chica sonrió. Habían pasado al menos dos meses desde su primer y único encuentro fortuito. Desde ese día, luego de que Aileen ganó interés en el chico, aquellos cruces de mirada se tornaron comunes. Clover permaneció en silencio cuando Jael le contó de las pequeñas pláticas entabladas con Aileen. El rostro de Clover danzaba entre emociones que Jael prefería no descifrar.
La situación le permitió a Clover el conocer a Aileen, pero la futura matemática no parecía tener demasiado interés en ella. Sin embargo, fue un alivio para Jael ver que aun esa grisácea cercanía le provocaba a Clover una especie de felicidad. Fue devastador entonces, cuando la melancolía regresó paulatinamente.
Aquella tarde, Clover tomó el autobús sin decir una sola palabra cuando salía de su última clase. Jael observó cómo su amiga tomaba el camino en dirección a la parada de autobuses. No giró su rostro en ningún momento.
La costumbre lo había llevado a la biblioteca y algo más a sujetar la mano de su acompañante, todo mientras abandonaban el lugar bajando por el empinado camino de cemento que los llevaría al estacionamiento.
Sintió la suavidad en la mano ajena y deseó que uno de los dos fuera intercambiado por Clover. Así al menos un deseo sería realidad. Pero aquella no era la situación en la que se encontraba, él no estaba tomando la mano de Clover y Clover no estaba tomando la mano de Aileen.
Al llegar al automóvil de la chica, aún tomados de la mano, permanecieron en silencio. Ya eran pocos los vehículos estacionados en el lugar. El invierno había llegado, Jael sintió su inclemencia en todo el cuerpo excepto en la mano entrelazada con la de Aileen. Pensó en ese calor, mientras su respiración se apresuraba.
Se sentía ajeno a sus movimientos, Aileen apretó su mano con fuerza y él respondió la acción, mientras sus ojos absorbían los ajenos. La distancia se hizo más pequeña. Al sentir la respiración de su compañera, fue consciente de lo que pasaba y aunque una profunda tristeza lo abrazaba, no se detuvo.
Con el tono de un amante, “nos vemos”, articuló Aileen al dejar libre la mano del chico.
—Hasta luego —susurró Jael mientras la veía partir.
El autobús avanzaba a ritmo constante, Clover intentaba recrear el rostro de Aileen a través del dibujo ya terminado, una primera mirada que no significaba nada para el mundo y que la había llevado hasta ese momento. Las luces de la universidad se alejaron paulatinamente antes de desaparecer detrás de los pliegues nativos del terreno. La mirada de la chica danzaba entre los otros pasajeros, el paisaje externo cada vez más oscuro y la libreta de dibujo. Ahora, Jael habría andado un camino serpenteante de cemento hasta las puertas de la biblioteca y en la pequeña sala de la primera planta encontraría ese rostro el cual le ofrecería una sonrisa y Jael, sin saber bien qué hacer, respondería el gesto.
Clover era ya experta en observar y, durante un tiempo, esa actividad servía tanto como humedecer los labios partidos de un sediento, la distrajo del problema y sólo cuando éste se coló entre los pliegues de su realidad, se permitió sentir. Lloró, lo hizo porque no había otra cosa que hacer y aunque el rocío de esa otra esencia jamás la tocó realmente, la falsa cercanía punzó profundo.
Una canción sonaba fuerte, los neumáticos sobre el asfalto zumbaban excitados de velocidad, un par de curvas la llevaron al camino correcto y en él se regaló ausencia. Con la ventanilla abajo y el viento gélido rajando su piel, quiso gritar y tal vez lo hizo.
Entre un suspiro y una eternidad llegó a su hogar, dos puertas atravesó e, ignorando toda fútil necesidad, soñó hasta el amanecer sin cerrar apenas los ojos.
Mientras la luna migraba y el viento se colaba entre sus ropas. Mientras plasmaba con ritmo medido, bajo dispersas luces. Mientras el tiempo eterno decidía pausar, y el cielo mullido de tormenta aún se dejaba escarbar por los aires nocturnos. Mientras era observado ocasionalmente por los áureos candiles chisporroteantes. Mientras creaba… mientras retornaba el tiempo y sus ojos rojizos y secos bailaban a velocidad y cansado se repetía nuevamente sobre su perfección.
—Me enamoré de ti —comenzó lastimero y nívea bajo los remanentes de luz lo miraba desdeñosa.
Lo sabía, pudo, en esos ojos etéreos enmarcados de anteojos y largas pestañas, ver impreso el final de una premonición hacía tiempo ignorada.
Blanquecina, descendió humilde y cuando hubo cubierto las ondulantes mareas de tierra del lugar, él partió.
“No ha llegado”.
“Pensé que seguiría contigo”.
“Se quedó en la universidad”.
“Lo encontraron”.
Clover observaba el dibujo en silencio, las pláticas solemnes a su alrededor le provocaban ansiedad. Pasaba lentamente las yemas de los dedos sobre la hoja de papel fabriano de 120 gramos, removiendo los copos de nieve que se pegaban a ésta.
Sintió cómo suavemente la tomaban del brazo, a su izquierda se encontraba Aileen. Su cara, apenas serena, veía el dibujo en las manos de Clover. Después de un momento, Aileen recargó su rostro sobre su hombro.
Mientras la lluvia de flores diluviaba silenciosa y la cariñosa nieve hacía de ellos montículos móviles, Clover dejó ir el dibujo. En él, aparecían tres escenas. La primera y más grande la mostraba a ella, su rostro escondido tras sus piernas y con el flequillo cayendo sobre su frente. El segundo, mostraba el interior de la cafetería de la Universidad del Norte, en él se observaban una serie de mesas vacías con excepción de una al otro lado de un cristal. Sentados, dos estudiantes eran apenas visibles. Finalmente. abajo a la derecha, desde un ángulo opuesto, la misma escena era representada. A la izquierda se encontraba Clover y frente a ella, la figura de Jael la observaba fijamente.