Otra vida

Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay

Por Jonathan Novak

Edel había abandonado la iglesia hacía años, perdió la fe, aunque sus compañeros decían que lo extraviado era su camino. Cualquiera que fuera la realidad, Edel tornó la espalda a la vocación que un día muy atrás lo llamó con tanta intensidad. 

Ahora parecía pagar un precio exagerado, luego de su vida como sacerdote, Edel se dedicó a la bebida, a las apuestas, a los pleitos en las callejuelas escondidas, a los préstamos jamás pagados, a los cobradores malencarados y a las golpizas.

La mala vida, sin embargo, no lo preparó para aquel momento, No había razones para vivir, ya no y luego del bote de píldoras, creyó que todo terminaría.

—El tuyo es un caso divertido, los padres siempre lo son.

La voz de alguien lo hizo volver en sí mismo. Seguía recargado sobre su destartalada cama. El tacto del bote de vidrio lo hizo recordar ¿no había funcionado? ¿quién era esa persona y cómo es que estaba dentro del departamento? Con esfuerzo, abrió los ojos. El sonido de los pies descalzos caminando sobre el piso de loseta cerámica atrajo su mirada. En la pequeña habitación se encontraba una alta mujer cuya voz y silueta no le parecían conocidas, ésta paseaba mientras conversaba, quizás con Edel, o quizás con ella misma.

—Me parece divertido que hayas sido tú ¿sabes? de todas las almas pendientes, la tuya, la de un padre será la última que tome.

—Yo no soy ningún padre —articuló Edel con dificultad, mientras intentaba reconocer a la mujer.

—Lo fuiste, querido, —La mujer se acercó a Edel quien apenas podía mantener la cabeza derecha—, es lo importante. —continuó al tiempo que tomaba su rostro para mirarlo directo a los ojos—. De acuerdo, es hora de irnos, ¿a menos que tengas una objeción?

Edel seguía sin comprender que sucedía, su cuerpo se sentía ligero, adormecido, probablemente sería el efecto de las pastillas en su organismo, quizás aquella mujer era tan sólo producto de su imaginación.

—¿Quién eres? —alcanzó a pronunciar, a lo que su acompañante respondió con una sonrisa aún más amplia.

—Todos y cada uno, se han muerto, y deciden que es hora de platicar, pero estoy de buen humor Edel. Soy él, o ella, o eso. Para ti, soy el demonio, el último ser que verás antes de pasar la eternidad en mi reino. Pero tú Edel, tú serás uno de mis más preciados. Eres el final, el último ladrillo de mi reino, el último peldaño de la escalera, y como último, serás el inicio.

Lentamente, los sentidos de Edel ganaban fuerza, la mujer frente a él tomó forma y cuando lo hizo, la palabra mujer perdió la capacidad de describir a su acompañante. Así mismo, el terror se apoderó de él.

No, aquello no era una mujer, tenía la figura vaga de una, sin embargo, era el mero cascarón. La tenía a unos centímetros, la superficie de su rostro asemejaba al de la piel, pero poseía un brillo que le daba una apariencia plástica, éste, además, se detenía a la altura de la sienes, era como si hablara con una máscara de teatro antiguo, la cual se conectaba a un cuerpo igualmente vacío. El vestido negro que portaba simulaba la anatomía humana, pero el cuello, que era formado por una única tira de material carnoso y las manos, que realmente eran sólo palmas, demostraban que el volumen era solo una ilusión.

—Ya te vas dando cuenta —escupió el ser, y debido a la cercanía, Edel pudo ver que la boca de aquel ente se encontraba igualmente vacía, ni rastro de una lengua o de otro material. Tan sólo aquellos blancos dientes—. Vamos, levántate, estoy ansiosa por comenzar.

—¿Comenzar que? —se atrevió a preguntar.

—El fin, por supuesto — y la sonrisa de aquel cascarón de mujer se ensanchó hasta puntos inhumanos —, como ya lo dije, la tuya es la última alma, después de ti, la muerte caminará por la tierra, los míos ascenderán y éste, será mi nuevo reino.

El recuerdo de las escrituras se hizo presente, Edel le había dado la espalda a sus creencias, sólo para comprobarlas años más tarde, y de qué forma, aquel ser se alejó de él para entonces dedicarle una mirada, clavó sus ojos en Edel durante un momento antes de volver a sonreir.

—Aunque, estaría dispuesta a extender este plazo con una condición —la demonio pasaba sus huecos dedos por el contorno de su rostro.

Edel tuvo que tragar saliva, observaba a la dama como uno observa a una amenaza inminente, cualquiera que fuera la propuesta no debía ser agradable— ¿De que se trata? —se atrevió a preguntar finalmente. 

—De que me traigas a mil residentes más… es sencillo, trabajaras como uno de los míos, susurrando al oído de tus iguales, así, extenderé el tiempo de este mundo hasta que hayas terminado. Tal vez te demores unos años y puede ser que hasta se te recompense.

—¡Acepto¡ —gritó Edel, el miedo que sentía se disipó un poco, podría evitar aquel destino, y en el proceso alargaría el tiempo del planeta, era perfecto, además, aquellos que se dejaran tentar, merecerían su destino.

—Bien, está hecho, esperaré a saber de ti.

Con esta frase, el extraño cascarón de mujer, desapareció, dejando a Edel con una misión que cumplir.

Fue fácil darse cuenta del influjo que tenía en las personas, Edel no era visible para nadie vivo, pero bastaba con articular una idea para modificar la acción de aquellos cerca. Por supuesto, Edel tenía principios y por tanto, se limitó a influir en aquellos que veía perdidos: Drogadictos, ladrones, adúlteros o asesinos, se limitaba a mandar al reino del demonio a las personas que probablemente ya se dirigían a aquel lugar. A los que él consideraba débiles.

De esta manera, luego de unas décadas, la última persona influida por Edel, murió. Y a su muerte, aquel demonio apareció.

—Un excelente trabajo, padre.

La palabra padre le causó náuseas, pero luego de aquellos años, estaba dispuesto a soportar cualquier cosa para encontrar paz.

—Espero conseguir lo prometido.

—No te preocupes, serás recompensado, al igual que aquellos a quienes has traído hasta a mi.

Edel no comprendía del todo a que se refería, pero se conformaba con escapar del castigo eterno.

—Pero verás, puede no ser lo que tienes en mente.

 Un sentimiento de vacío llenó a Edel.

—Eras el último, y cualquiera que has traído hasta a mi pudo haberlo sido; pero ¿sabes?, al igual que el sujeto que te trajo a ti, has decidido tu destino. Hace tiempo dejó de interesarme su mundo, es más divertido ver como se arruinan la vida los unos a los otros. Por supuesto, aún puedes venir conmigo, enfrentar tu destino y acabar con todo esto.

El demonio le tendió la mano, su rostro, paralizado, mostraba una sonrisa vacía, aquel ente sabía de antemano la respuesta de Edel. El terror que sentía era tal, que haría cualquier cosa para evitar el destino final, aquel destino que conocía bien por su antiguo oficio. No pudo moverse.

—Eso pensé, es hora de trabajar, padre —y con aquella frase, el demonio se retiró.

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