
Por Jonathan Novak
“Es en beneficio mutuo, te lo prometo” susurró pausada una voz en su mente. Myla había escuchado de la magia al igual que un mendigo escucha de la riqueza, como algo lejano, irreal. “Yo te mostraré los secretos” enunció aquella misteriosa presencia.
La voz surgió primero del bosque al sur del puente de roca. El abuelo le había advertido de ir más allá, pero la imponente vista resultó ser más persuasiva.
—Myla… —Su nombre era pronunciado por el mismo viento que atravesaba los sauces al tiempo que mecía sus hojas.— Falta poco… —repetía de cuanto en cuanto la etérea voz mientras la chiquilla corría a través de aquél laberinto natural.
Una vez estuvo cerca, aquella presencia gritó:
— Alto…
Myla se detuvo ante la visión del abismo; aquel era el Pozo de Naak, una construcción antigua, maldita. Los más de cien metros de diámetro eran iluminados de forma parcial por la agonizante luz de un próximo atardecer. Las paredes del pozo lucían grabados antiguos que escapaban a la comprensión de la pequeña, eventuales esculturas sobresalían de las paredes y allá donde la sombra comenzaba, también lo hacía una estrecha escalinata.
—Baja…—susurró el viento a su alrededor.
Myla sintió vértigo sólo de contemplar aquel lugar, pero, a pesar de que el corazón le latía desesperado por la ominosa visión del vacío, obedeció.
Descendió veinte escalones y la escalera se tornó casi imperceptible, otros treinta y le costaba ver sus manos palpando las paredes, cincuenta más y la humedad de la roca dificultaba su avance.
—Date prisa… —repetía la voz, acabando con el silencio hueco del pozo.
Mientras, Myla se esforzaba para continuar bajando.
—Ya estás cerca…
Aquella no era la primera vez que lo decía, sin embargo, Myla deseaba creerlo, deseaba terminar el descenso y más que eso, deseaba encontrarse con la fuente de aquella misteriosa voz.
Finalmente y sin esperarlo, un escalón más alto la tomó por sorpresa, su pierna se hundió hasta la rodilla en lo que, al tacto, no era distinto al agua. Aquel frío líquido le provocó tomar una bocanada de aire, y aunque intentó regresar al último escalón, las húmedas y viscosas salientes del pozo le impidieron cumplir dicha tarea. En lugar de aquello, resbaló golpeándose la cabeza con la caída. Pronto, todo su cuerpo se encontraba sumergido y sus sentidos se vieron adormilados.
—Ya está aquí… —El sonido silenciado por el agua rebotaba incesantemente en las paredes del abismo. —Abre los ojos muchacha… aún te necesito… despierta… despierta…
La sensación de falta de aire la hizo abrir los ojos. Con el cuerpo entumecido intentó asirse a la pared más cercana, reflejos de color bermejo la guiaron hasta ella y cuando por fin pudo recobrar por completo la consciencia, se dio cuenta; dirigió su mirada al cielo, pero a través de la apertura del pozo sólo lograba ver unas cuantas estrellas diminutas y titilantes. Aquella luz venía de otro lugar, y como si los propios reflejos la llamaran, un pequeño tirón la hizo reaccionar. Era el líquido a su alrededor, como listones danzantes; hilos de luz se propagaba a lo largo de aquel pequeño lago, los más cercanos a ella se enroscaban en sus piernas como tratando de indicar un camino.
Aquella masa lumínica le transmitía algo de calor reconfortante, pero también le producía un terror inexplicable, siguió la hebras de luz hasta el origen, y en este pudo observar el rastro de algo más. Dando traspiés avanzó hasta el centro del pozo, desde donde pudo observar el espiral de tentáculos apenas físicos que despedían el rojizo brillo, intentó tomar uno, pero le fue imposible, aquel fenómeno escapaba a su comprensión.
—Ya sabes que hacer… —susurró la voz.
Myla supo exactamente a qué se refería.
Observó el origen del fenómeno, los hilos de luz le parecieron sangre, la sangre misma del planeta. El miedo que había sentido antes se vió opacado por una repentina corriente de adrenalina. Rodeada de aquel brillo, se echó al líquido intentando tomar algo que aún era imposible de ver pero cuya ubicación parecía inequívoca.
Luego de rebuscar entre la tierra y las rocas, y de casi acabar con la reserva de oxígeno que sus pulmones le ofrecieron, dio con el objeto.
—Finalmente… —enunció la voz, ahora dentro de su cabeza.
Myla, por su parte, con confianza renovada, salió con el objeto en mano, sólo para encontrar que, a decir por el cielo nocturno, habían pasado horas desde el inicio de su descenso.
Aquello que habitaba el fondo lo supo tan pronto sintió a la chica. Había intentado atraer a otros, pero a nadie como Myla, su presencia era fuerte, su talento, innegable. Probablemente no tendría una mejor oportunidad en décadas o incluso en siglos. Además, aquella habilidad innata, la hacía especialmente susceptible a su influencia.
—Te mostraré mis secretos, te daré poder como ningún otro, lo único que pido es que, llegado el momento, me liberes de esta deplorable prisión.
Con ayuda de la escasa luz nocturna, Myla abrió su mano para observar aquel pequeño objeto, para su sorpresa, la pequeña estatuilla roja aún conservaba algo de brillo. La figura cabía perfectamente en su mano, ésta mostraba una figura vagamente humana, como deformada por el tiempo o por las inclemencias de la naturaleza. Sin importar la razón, Myla lo supo, aquella figura representaba algo más, algo no humano, un ser de increíble poder cuyo destino estaba ahora atado al de ella.
La magia nunca había tenido la mejor de las reputaciones, claro que nada que otorgue poder suele producir estima en aquellos carentes de dones.
Myla averiguó las desventajas del poder a los pocos días de poseerlo, luego de regresar a su casa, más tarde de lo que había regresado jamás. Sus padres tuvieron el atrevimiento de reprenderla.
—No tienes por qué soportarlo —le murmuró el ser que habitaba la estatuilla.
Myla lo comprendía bien, la magia no era algo ajeno, sino oculto, y aquel ser era un mapa y una brújula y, si cabía, incluso un vehículo. Entonces, Myla deseó, deseó como pocos lo hacen: como una orden y no como un anhelo y el mundo a su alrededor se lo concedió. Ese era el fundamento de su poder, sólo bastaba ordenarle al mundo a su alrededor con la certeza justa y éste accedería.
—Sólo es el inicio —musitó la voz al tiempo que los padres de Myla dejaban de existir.
La chica no los necesitaba, un cachorro necesita a sus progenitores hasta que es lo suficientemente hábil para defenderse solo y al lado de aquel antiguo ente, ella no necesitaba nada, únicamente debía aprender de él.
Al igual que sus padres, sus vecinos no tardaron en desaparecer, así lo hizo también su abuelo, quien quiso alejarla de su destino con advertencias vacías.
—No los necesitas, no necesitas a nadie. Sólo yo puedo darte poder, sólo en mí necesitas confiar.
Y Myla confió, lo hizo porque era correcto y por encima de todo, era útil.
En aquel lugar, ahora deshabitado, se estableció. La bruja Myla fue rápidamente conocida. En los pueblos cercanos se hablaba del ser con forma de niña capaz de asesinar sin esfuerzo a todo aquel que se acercara.
Durante mucho tiempo turbas intentaron deshacerse de ella, pero mientras Myla aprendía más de su misterioso acompañante, resultaba más sencillo encargarse de los incordios.
—Será pronto —susurró el ser, pasados algunos años, durante una húmeda noche de verano.
Myla recordó las estrellas en el firmamento, eran las mismas que habían atestiguado el encuentro hacía años, aquello la hizo pensar en lo poético de su camino.
Siguió los movimientos de los astros como había aprendido de su maestro y llevó lo necesario hasta el Pozo de Naak. Bajó temprano, y esperó con confianza al evento.
Lentamente, el sol iluminó el lugar. Pudo ver, después de tanto tiempo, la magnificencia de aquella antigua construcción. Cientos de pasajes en lenguas antiguas, cientos de esculturas vigilando el sitio de descanso de aquel ser terrorífico.
—Es hora —susurraba impaciente la voz de su cabeza—. Una vez sea libre, tú y yo seremos invencibles.
Myla estaba de acuerdo, al lado de aquella criatura, no habría ser, mortal o inmortal, capaz de representar un problema.
Ajustó los ingredientes tal y como lo había aprendido, aunque tomándose algunas libertades calculadas. Esperó a que la luz fuera opacada por la interposición de otro astro y, finalmente, colocó la antigua estatuilla al centro. Los tentáculos lumínicos surgieron una vez más y, ante la prematura y efímera noche, Myla formuló un deseo.
—Tanto tiempo —gritó la voz y ésta escapó del lugar esparciéndose por el bosque derribando árboles y acabando con todo ser vivo cercano a la boca del pozo, a todo ser, excepto a Myla.
La chica, en cuyas manos descansaba aún el destino de aquel antiguo ser, sabía que era tiempo de cambiar.
La voz atronó fuerte, el estruendo se esparció lejos llevándose consigo a las pocas nubes que poblaban el cielo oscurecido momentáneamente, pero así como se elevó, esta fue desapareciendo.
Myla dejó escapar una pequeña risa
—Tanto tiempo —imitó la joven— ¿y es ahora que quieres que deje mi entrenamiento?
—¿Qué has hecho? —una tímida voz surgió de alguna parte del pozo.
—No pretenderás que te deje ir tan pronto ¿no? —Los ojos de Myla buscaban entre la oscuridad, los tentáculos se habían evaporado y el sol aún se encontraba oculto. De pronto, un agudo dolor apareció en su rostro.
—Maldita —escupió el ser mientras se aferraba al rostro de Myla.
—¡Basta! —gritó la chica, y el mundo obedeció.
La pequeña criatura no tuvo más remedio que soltarla
—Vaya, he hecho un buen trabajo. —Mientras el sol se desprendía del abrazo ajeno, el pozo se aclaró y Myla pudo ver el producto de su entrenamiento.
Un pequeño zorro flotaba a no más de un metro de ella, éste se retorcía tratando de deshacerse de una influencia invisible, mientras profería insultos y maldiciones.
—¿No crees que sería más inteligente calmarte? —preguntó Myla al tiempo que rodeaba al indefenso ser.
—Una vez que escape de aquí…
—¿Una vez que escapes de aquí? —lo interrumpió Myla — ¿Eres estúpido? ¿o es acaso que aún no te has dado cuenta? —Resultaba difícil para Myla el dejar de sonreír, pero lo hizo por un momento, sólo para arrojar un deseo al aire y con este, el pequeño zorro dejó de moverse— ¿Lo ves? Eso que sientes es tu garganta mortal cerrándose.
Pequeños gemidos surgían del frágil hocico del cánido. Su larga lengua se retorcía, pero nada lograba deshacer el nudo mágico impuesto por Myla
—Ya no eres necesario para mi, hace tiempo que no lo eres, pero deseo aprender más y sospecho que una vez te libere, yo seré el insecto para ti y así como yo me he deshecho de lo inútil, tu te desharás de mi. Pero no estoy dispuesta a ello. Verás que ahora las cosas han cambiado, más te vale seguir mis ordenes, o si no…
Entonces el ser lo comprendió, aquellos que lo habían enterrado hacía milenios, no fueron capaces de destruirlo realmente, pero aquella chiquilla, con su enorme talento, descubrió una manera. Luego de anhelar la libertad; era libre, aunque no de la forma que esperaba, luego de años esperando, lo último que pensó sentir era miedo, miedo a la desconocida muerte y a una chiquilla que había resultado ser más hábil de lo que pudo jamás anticipar.