
Por S. Bobenstein
Desde que vio la luz del streaming en 2012, gracias a su creador Raphael Bob-Waksberg, y Netflix, la tragicomedia que es la vida de BoJack Horseman, serializada en cómodos episodios de treinta minutos, ha dado mucho de qué hablar en el mejor de los sentidos, sobre todo a partir del final de la misma en enero de 2020 ya que el “cuadro completo” pudo ser apreciado. A primera vista, la serie puede ser tomada como otra más de las animaciones para adultos que tratan de ser transgresoras y polémicas al mismo tiempo que se muestra en dibujos estrafalarios y satíricos, sin embargo, si se tolera la primera mitad de la primera temporada, rápidamente puede notarse que la serie va mucho más allá, elevándose a alturas insospechadas para el medio y alcanzando niveles que la vuelven una obra de arte.
La premisa de la serie es sencilla y convencional: BoJack Horseman es un caballo antropomorfo que vive en Los Ángeles, más específicamente en Hollywood, y que en los 90 fue estrella de una popular y querida sitcom que, en el pasado, lo consolidó como un nombre importante entre las personalidades de la industria fílmica californiana. En la actualidad, la luz del encanto juvenil de BoJack es sólo un despojo de lo que fue, por una parte porque no puede conseguir un papel que lo coloque en el mismo puesto que el anterior, por otra porque es un engreído y egoísta alcohólico y abusador de sustancias cuya personalidad lo hace repelente para todos cuantos pudieran darle alguna oportunidad de trabajo. Acompañado de personajes constantes en su vida (a los que, con grandes reservas, podría dárseles el título de “amigos”, según la perspectiva) BoJack tratará de recuperar sus viejas glorias de maneras cada vez más disparatadas y extremas, inmerso en la salvaje e inmisericorde jungla de la farándula hollywoodense.
Si bien la premisa suena formulaica, ésta esconde una profundidad inusitada. Aunque lo primero que salta a la vista es que la serie es una sátira de la banalidad, la ignorancia, la falta de empatía, la crueldad y el comportamiento casi psicótico de todos cuantos forman parte del mundo del espectáculo, el tema principal de la serie es la condición humana y las reacciones, buenas o malas, que las personas tienen ante los embates del día a día, de la vida misma. En BoJack, detrás de la impresión inicial, se puede descubrir a un hombre deprimido e inseguro que busca migajas de amor y aceptación en quienes lo rodean, él sólo puede aceptarse a sí mismo en la medida que los demás lo acepten, sólo puede saber quién es y cuánto vale en la medida que los demás se lo digan. Su autoestima es prácticamente inexistente, pero, cuando se da cuenta de que está dejando ver su vulnerabilidad, responde de maneras altamente destructivas tanto para él como para los demás, casi siempre con consecuencias irreversibles para la vida de alguien. El paso de BoJack por la vida de otros regularmente termina con alguien lastimado y con un sentimiento de culpa gigantesco en él mismo, sentimiento que sólo logra sumirlo en un autodesprecio que alimenta la vorágine viciosa en la que se ha convertido su vida. BoJack es el protagonista y la insignia de un cúmulo de desórdenes mentales, pero los demás personajes principales presentan cada uno su propio tipo de neurosis.
La manera en la que la serie trata con temas como la depresión, los traumas psicológicos, las adicciones, el comportamiento autodestructivo, el racismo, el sexismo y la sexualidad va desde lo cómico hasta lo serio; desde lo irónico o sarcástico a lo trágico y trascendental, pero lo hace con tal dominio de su mensaje que nunca, en ningún episodio, la transición entre los tonos se percibe como fuera de lugar, por el contrario, mantiene un ritmo orgánico igual al de la vida real, igual a la montaña rusa de emociones que es la experiencia de estar vivo.
Su mensaje no es otro que el de recordarnos que vivimos, que somos humanos, que en la vida nos suceden cosas buenas y malas que no podemos controlar, mas lo que sí podemos controlar es cómo reaccionamos a lo que nos sucede; todos nacemos defectuosos y eso está bien, todos tenemos cicatrices de errores que nos hicieron ser lo que somos ahora, pero, por más que las heridas del pasado que nos atormentan hasta el presente hayan sido causadas por otros, la responsabilidad de nuestra vida está en nosotros mismos. La responsabilidad de ser felices o miserables no recae en nadie más que uno mismo, sin importar cuánto se trate de excusar y culpar a los demás de nuestras acciones. Todos tenemos la oportunidad de ser felices y amados, pero alcanzarla cuesta, y mucho, es un esfuerzo titánico en el que debemos superar miles de dificultades, errores, tristeza y desesperación, que muchas veces puede hacer que nos perdamos en el camino y queramos rendirnos. “Un paso a la vez” es la clave, eso y la auto-aceptación. En el largo camino de la vida hay mucho espacio para vivir y ser felices.
BoJack Horseman es una de esas series que marcan a quienes la observan y ofrece una experiencia rara vez vista en el medio del entretenimiento casero. Clasificarla como comedia o drama; como farsa, parodia o sátira, se queda corto. El término correcto para referirse a la serie podría ser “fábula”, y vaya que tiene mucho de qué aprender. Quizá alguien se vea reflejado en alguno de los personajes, quizá alguien logre identificar algo en sí mismo que necesita corregir o cambiar, quizá alguien pueda aprender, mediante esta fábula, a ser feliz.