
Por Aledith Coulddy
“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”.
Es imposible que al leer «Montando la bala» del enigmático escritor Stephen King, a uno no se le venga a la mente este fragmento escrito por Samuel Taylor Coleridge, allá entre el siglo XVIII y XIX. Y es que, en las, tan sólo, 91 páginas de la edición de bolsillo que he adquirido de esta novela, Stephen King juega con la incredulidad del lector ante aquello que se escapa de las garras de la verosimilitud.
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