
Por Jonathan Novak
Y antes de que la última pieza de compuerta metálica cayera por completo, el chillido agudo, como de cerdos siendo sacrificados, se intensificó. Tan pronto la placa metálica de diez centímetros de espesor cayó hacia el lado opuesto de donde nos encontrábamos, fuimos capaces de verlos. Seres de pieles negruzcas corrieron presurosos hasta el extremo opuesto de la sala a la que habíamos accedido. Con cuatro extremidades inferiores y dos más superiores, los seres corrían horrorizados.
La primera señal de que algo acechaba en la infinita oscuridad del espacio llegó en la forma de interferencia recibida por decenas de radiotelescopios alrededor del mundo. Las primeras lecturas de datos en bruto, mostraban picos anómalos, las lecturas parecerían pertenecer a objetos que fácilmente sobrepasarían la magnitud aparente de la mayoría de objetos visibles, sin embargo, la razón específica de la anomalía evadía las lecturas de cualquier tipo de sensor. Aún a miles de millones de kilómetros de distancia, la anomalía causó intranquilidad en la comunidad científica.
Mi empleo como ingeniero de materiales en tecnologías militares me otorgó una posición neutral ante la anomalía, si bien no me fue ajena la sensación de curiosidad al leer la nota que encabezaba la revista Science, ésta sirvió más que nada para fungir como tema de conversación las semanas siguientes a la publicación. Poco me imaginaba en ese momento que tendría un papel que jugar en los eventos que seguirían a aquella nota.
Luego de meses de noticias sensacionalistas acerca del extraño evento, el cual se ubicaba aún en las profundidades del universo allá donde se unirían las constelaciones del pez austral y acuario, un nuevo artículo fue publicado. La lectura del primero causó curiosidad, la del segundo causó terror.
—¿Lo has leído ya Raúl? —Alex, un compañero del trabajo llegó a la oficina con la única excusa de discutir la nueva noticia.
—Se está acercando —respondí mientras me ocupaba en la simulación de una estructura en la que había estado trabajando y la cual no dejaba de fallar.
Al final ignoré el monitor de mi computadora y le di gusto a Alex, estaba demasiado distraído como para concentrarme en el estúpido error que no lograba ver, así que nos dirigimos al comedor de la empresa donde discutimos del evento que tenía a todo el mundo intrigado.
Hacía algunos meses, la anomalía había generado que los objetos detrás de ella incrementaran sus magnitudes aparentes, ahora se había constatado que el radio de influencia de la anomalía había estado incrementando paulatinamente. El nuevo artículo atribuía este incremento a un desplazamiento, cuyo cálculo la situaba a unos treinta años luz de distancia y, desafiando la física misma y comparando las diferencias entre las mediciones, se estimó que la velocidad del movimiento superaba con creces a la velocidad de la luz.
Teníamos frente a nosotros un evento celestial de dimensiones desconocidas, el cual deformaba el espacio, era capaz de superar la velocidad límite de cualquier objeto en el universo y se dirigía a nuestro encuentro. A pesar de todo, los expertos en el tema insistían en que no había de qué preocuparse. En ese momento no supe distinguir si la intención era evitar el pánico o si realmente pensaban que nada sucedería, aun así, la mayoría seguimos con nuestras vidas de manera normal ignorando a aquellos pocos que vaticinaban el fin.
Ni anomalía, ni evento cósmico, ni cuerpo celeste. Aquel objeto no parecía interesado en tomar una ruta que lo llevara a un sendero distinto al que seguía la tierra, sin embargo, en los límites del sistema solar, el radio de la distorsión comenzó a disminuir, así mismo lo hacía su velocidad. Al cabo de un més, la anomalía atravesaba la órbita de saturno y, una semana más tarde, cerca de marte y con una velocidad considerablemente menor, la distorsión desapareció por completo.
“¿Qué se aproxima a la tierra?”, “¿qué nos ocultan nuestros gobiernos?” Tan pronto la distorsión se desvaneció, su lugar lo ocupó una mancha en el firmamento que por su tamaño era imposible de identificar. La gente, sin embargo, ya había perdido la calma con los hechos desarrollados durante los últimos meses y aunque la información que recibían era toda la habida, las voces alarmadas ganaban fuerza en los encabezados y noticieros.
Fue entonces que contactaron a la empresa. Asistimos como parte de un grupo de consejeros internacionales a la cumbre celebrada por la ONU para tratar el tema del objeto, que a pesar de que había perdido la anomalía que lo rodeaba, seguía en curso de colisión con la Tierra. Y a decir por la magnitud, representaba un riesgo a considerar.
—Sigue desacelerando —comentó uno de los astrofísicos responsables de su descubrimiento—, pero al ritmo que lo hace, será imposible que se detenga antes de ser atrapado por la influencia gravitacional del planeta —añadió causando un murmullo generalizado.
—Debemos desviarlo —gritó uno de los líderes—. Y aunque era la idea más sensata, aun trabajando a marchas forzadas, construir un dispositivo que fuera capaz de tal hazaña, era imposible.
—Destrúyanlo, entonces —comentó otro causando una deliberación de las ventajas y desventajas del plan.
Sabíamos de antemano que destruirlo podría causar más problemas si no se hacía correctamente, sin embargo la tecnología para lograr nuestra supervivencia siempre se ha basado en la destrucción y maneras de destruir teníamos de sobra.
El plan era enviar armas de esta índole al encuentro del objeto. Un par harían añicos el objeto, mientras tanto, reservaríamos algunas para eliminar los residuos del primer impacto, de esta manera los objetos deberían ser tan pequeños que se quemarían al entrar en la atmósfera.
Así lo hicimos, los cohetes fueron tomados de las agencias espaciales del mundo y los modificamos de tal manera que pudieran pilotear automáticamente. Así mismo, diseñamos los mecanismos para que los explosivos se detonaran en el momento justo sin necesidad de intervención humana.
Un primer lanzamiento exitoso. El rugir del combustible quemado nos excitó a más de uno, el resultado por otro lado arrebató el aliento. La explosión fue observada de cerca y el resultado fue un destello de luz que fue rápidamente engullido. El objeto seguía intacto.
Durante los siguientes días. mientras el objeto se precipitaba hacia nosotros, seguimos lanzándole tanto como pudimos, pero nada resultó. El objeto impactaría al planeta y así lo hizo pero no de la manera que esperábamos.
El objeto con forma ovoidal de casi un kilómetro de largo y aproximadamente doscientos metros de espesor detuvo casi su andar al entrar a la atmósfera. Vehículos no tripulados fueron desplegados para observar la caída. El objeto, de aleatoria composición y reflejando apenas la luz, se precipitó en el océano pacífico a casi 1,700 kilómetros al sur del mar de Bering.
A pesar de que había disminuido su velocidad, la energía cinética provocó un temblor de magnitud considerable, generando estragos en las costas del este de Japón y Rusia, y al Sureste de Alaska y la Columbia Británica.
Naciones con salida al Océano Pacífico enviaron navíos al encuentro del objeto. Barcos de múltiples nacionalidades orbitaban el objeto que flotaba libre en el océano.
“Una firma electromagnética similar a la del carbono”, escuché decir a un colega. “Tan resistente como el diamante”, agregó otro y mientras nos ocupábamos de analizar las muestras del material extraído a borde de uno de los barcos, un estruendo surgió del objeto. Lo siguiente que supimos era que éste había comenzado a emitir ondas de radio. Ruido intermitente de alta potencia. Ahí donde nos encontrábamos, a sólo cientos de metros del cilindro negruzco, era imposible entablar comunicación por ningún método tecnológico.
Fue entonces que conocí al capitán primero Alberto Leone, por ser el militar de mayor rango y, debido a que nos encontrabamos incomunicados, asumió el mando de la expedición. La cual terminaría antes de lo previsto.
Corría el tercer día de la expedición, el segundo desde que nos habíamos quedado sin comunicaciones. Estaba amaneciendo cuando un hombre desde la cubierta comenzó a gritar.
—¡Se desprende, algo se está desprendiendo!
Al subir, tan pronto mis ojos se adaptaron al sol incandescente de aquella mañana, pude observar a la tripulación arremolinada al estribor del barco. lo mismo sucedía en otras embarcaciones cercanas. Al llegar con mis compañeros, pude ver una pieza enorme del material negruzco cayendo al agua. Lentamente, como si de un huevo se tratara, el material externo se quebró, exponiendo una especie de nave blanquecina con bordes afilados, aún flotando sobre el océano. El murmullo incesante comenzó, el capitán primero envió una expedición a que se alejara lo más posible para así poder comunicar lo sucedido y pedir indicaciones.
No hubo oportunidad de confirmar las nuevas órdenes, no sabemos quién comenzó, pero el estruendoso sonido de cañones detonando, nos advirtieron lo que sucedía. Rápidamente la nave alienígena se cubrió de humo, la capa exterior parecía resistir sin problemas a cuánto se le lanzara. Cuando al final los estruendos se detuvieron, sólo una pequeña grieta en el extremo, que apuntaba al sur, había resultado del ataque
Muestras del material desprendido de la nave fueron extraídas, aquellos que las habían recuperado hablaban de lo poco que habían sido capaces de ver, un interior oscuro, sin muestras de vida. Especularon que aquel aparatejo inmenso estuviera controlado de manera remota. También consideraron que la energía liberada por los impactos de las armas nucleares debieron acabar con la vida dentro, mucho antes de que el objeto cayera al mar. Por mi parte, el análisis del material blanquecino me pareció fascinante, una composición no magnética ligera y resistente. Bajo pruebas de estrés, el material se moldeaba con cierta facilidad, sólo si se le aplicaba una gran cantidad de calor.
—Ingeniero, han llegado nuestras nuevas órdenes. —El capitán Alberto entró a la pequeña cabina que habíamos acondicionado para hacer pruebas mientras yo seguía jugando con el peculiar material—, vamos a entrar. —El hombre ya algo canoso me explicó en qué consistía la operación. Utilizaríamos la apertura para hacer reconocimiento, otros ingenieros y yo los acompañaríamos para sortear obstáculos que pudieran surgir.
El equipo de expedición era conformado por unas treinta personas, sólo cinco del grupo carecíamos de algún tipo de entrenamiento militar. Justo al entrar tuvimos que cortar parte del casco de la nave, ya que la hendidura causada era demasiado pequeña. Como había constatado en el laboratorio, el material cedió luego de calentarlo con una cortadora a gas.
Tan pronto nos adentramos, el sonido vago de chillidos se hizo presente. Apenas alumbrados por algunas linternas, el sonido viajaba raudo de un lado a otro, tal vez habían estado escondidos todo este tiempo, quizás aún correteaban libres y nuestra presencia los llevó a esconderse.
Deambulamos los angostos pasillos seguidos por el ominoso lamento de origen desconocido. Un joven soldado llevaba registro de los giros y de las dimensiones aproximadas, formando así, poco a poco, un rudimentario mapa.
Es difícil discernir cuánto tiempo pasamos andando y desandando el laberinto de pasillos antes de llegar a la serie de compuertas que cubrían, a decir por el rudimentario mapa del soldado, una gran sala ubicada a tres cuartos de distancia entre la punta sur y norte de la nave. El llegar ahí, se sintió como si hubiéramos encontrado la recompensa al final de una búsqueda. Sin embargo, mientras las capas de la compuerta caían y el sonido del chillido se intensificaba, una parte de mí deseaba dejarlo todo y no averiguar qué se encontraba más allá, pero la compuerta cayó, y los seres que se encontraban dentro intentaron escapar de nosotros, sin mucha suerte, un par de detonaciones terminaron con la vida de unos cuantos, los otros seguían chillando.
A primera vista, me fue imposible determinar nada de los seres que estaban frente a mí, lo único que parecía seguro, era el inmenso horror que nos tenían.
La historia nos había enseñado que la especie más avanzada suele llevar ventaja contra las demás y, sin embargo, los seres dentro de aquella nave, quienes habían viajado millones de kilómetros con alguna tecnología fuera de nuestra comprensión, no opusieron ninguna resistencia.
Gritaron y forcejearon como animales salvajes pero no cambió nada, el capitán primero ordenó llevarselos inmediatamente, y así lo hicieron, cuando estuvieron seguros de tenerlos a todos, nos dejaron para seguir con el análisis de la nave.
El material blanquecino cubría cada rincón, intentamos buscar controles, pero no parecía haberlos o al menos no supimos identificarlos, El equipo buscó defensas, pero más allá de las capas externas, la nave parecía solo de transporte.
—Sólo de transporte —repetí en voz alta y un compañero que se encontraba cerca, replicó con una expresión de tristeza.
—Como si creyeran que no habría resistencia —hizo una pausa mientras veía a su alrededor ayudado de una linterna—… como si no conocieran la violencia.
Las notas sobre los habitantes de otro mundo plagaron los periódicos. Los seres fueron estudiados mientras sus vidas soportaron nuestro trato, la nave que había aterrizado en la mitad del Pacífico fue desmantelada y sus partes fueron repartidas para que continuara el aprendizaje de nuestros visitantes.
Un artículo, meses después de la llegada de aquellos seres, teorizaba sobre su arribo, de cómo probablemente aquellos seres habían sido atraídos a nosotros por las primeras transmisiones de radio de la humanidad y, bajo esta premisa, vaticinaba la llegada de más. Al terminar de leer el artículo, sentí el chillido incesante similar al de un animal siendo sacrificado y deseé con todo mi ser que no llegaran.