
Por S. Bobenstein
Ya eran las 12:00 y hacía un calor abrasador aquel día de verano; según reportaban en los medios, durante esa temporada tendrían una temperatura promedio de 38°C en la ciudad, por eso Lorenzo agradecía el respiro refrescante del aire acondicionado del supermercado. Ya había sudado suficiente en el trayecto a comprar los ingredientes para la comida del día pese a su ropa veraniega y el ambiente de la tienda le devolvió el alma al cuerpo.
–A ver… –Lorenzo sacó de su bolsillo trasero una lista con los ingredientes remarcados con las exactas cantidades que necesitaba de cada cosa, dispuesto a iniciar la marcha por los pasillos–. Cuatrocientos gramos de filete de res, una barra de mantequilla, un frasco de pimienta negra…
Había pasado un año desde el incidente de Ash-Zahrek y las medidas de contención que hubieron de ejecutar el Gran Maestro Orlando Bruno y Lorenzo en conjunto para que la realidad regresara a su curso normal y que la gente que presenció el inminente apocalipsis lo olvidara. Con increíble facilidad aparente para el Gran Maestro, Lorenzo consiguió deshacer su “milagro” por sí mismo, lo que le costó una semana en coma y, tras salir de él, comer lo de quince personas él solo en los tres días siguientes. Luego de aquello, continuó siendo el mismo muchacho escuálido y nervioso que había sido siempre.
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