Por S. Bobenstein
Uno de los sentimientos primordiales y primitivos de los seres humanos, responsable en muchas ocasiones de nuestra supervivencia y, en otras tantas, de acontecimientos terribles, es el miedo. A lo largo de la historia de la humanidad y del desarrollo de todas nuestras diversas culturas, la causa del miedo ha variado enormemente, pero todos, absolutamente todos los seres humanos, hemos experimentado temor: esa sensación de algo acechándonos, la “certeza” que sentimos en el estómago de que algo no está bien, el deseo imperioso de salir corriendo de un lugar por ser “amenazante”, la repulsión cuando vemos algo o a alguien que “sabemos” es malo, el corazón latiendo rápidamente, la respiración haciéndose corta y apresurada, el sudor frío recorriendo nuestra frente, el pecho siendo presionado por tenazas, el temblor involuntario de los músculos, el deseo de gritar… El miedo ha sido parte de nosotros desde el principio de nuestra existencia y sólo desaparecerá cuando hayamos muerto (posiblemente).